No les mentiré, abordé con muchísimo escepticismo la lectura de “Las Garras del Águila”, séptima entrega de la serie Millenium que iniciaría por allá en 2008 con “Los Hombres que No Amaban a las Mujeres” del difunto Stieg Larsson, por culpa del final tremendamente gris con el que David Lagercrantz cerró la segunda trilogía en “La Chica Que Vivió Dos Veces”. En esta ocasión, con la best-seller Karin Smirnoff a la pluma, me encontraba dividido entre la ilusión de una nueva trilogía que hiciera justicia a los entrañables personajes de Larsson y el temor de un descorazonado relato que no estuviera a la altura del legado que nos dejó.
Por ello, fue una grata sorpresa que medio libro sea una carta de amor a la primera trilogía que dio vida al fenómeno de Lisbeth Salander. Con guiños a arcos argumentales escritos por Larsson hace 15 años que hoy vuelven para perseguir a su protagonista, menciones a personajes que creíamos perdidos para siempre (y no sólo para matarlos, como hizo Lagercrantz) y meta referencias al propio Larsson o a Noomi Rapace (actriz que en las adaptaciones suecas encarnó a Salander), Smirnoff nos golpea justo en la nostalgia mientras con una gran dosis de fan service nos pide que finjamos que la segunda trilogía, que apenas cita, nunca existió.
Con dicho cariño al material de origen es que Smirnoff vuelca el peso de la historia en Svala, la hija de Ronald Niedermann, el gigante sin dolor y hermano de Salander que conocimos en “La Chica que Soñaba con una Cerilla y un Bidón de Gasolina”, quien tendrá que unir fuerzas con su tía para escapar de la corporación nórdica corrupta de turno. Paradójicamente, esto mismo constituye una de las falencias del libro, pues al pretender transformarla en una mini Salander terminamos con un híbrido de comportamientos poco verosímiles para una adolescente que todavía va por ahí con un peluche (usado para abusar descaradamente del hammerspace, pues dentro de éste esconde toda clase de objetos útiles para la trama) y con una innecesaria monopolización de los reflectores que opaca a las auténticas estrellas que vinimos a ver.
Sin embargo, esto puede ser la intrépida respuesta de Smirnoff al mayor problema que enfrenta en su turno al volante de la saga: aunque es entretenida, empieza a sentirse el desgaste en sus componentes principales. La emblemática revista Millenium que tantos escándalos destapó ha desaparecido y ahora es un pódcast irrelevante, Mikael Blomkvist se está haciendo mayor y su labor periodística se relega al trabajo de escritorio, Salander ya no es la hacker rebelde e incomprendida que nos presentaron, sino la socia de una empresa de seguridad que por exigencia de Recursos Humanos tiene que socializar. En definitiva, el paso del tiempo está distorsionando la esencia de la franquicia.
Aunque Smirnoff intenta una apuesta valiente por reanimar el universo de Millenium, y que como fans le agradecemos, esta nueva trilogía que arranca tal vez sea el momento correcto para aprender a decir adiós antes de que Salander y Blomkvist terminen convertidos en reminiscencias de sí mismos.