Siguiendo la tradición, Inglaterra se sentía superior a Europa, con más historia económica y mayores capacidades para ser punto de referencia en la globalización, independiente de los congéneres del continente. Hace un tiempo, el Reino Unido ejercía la “silla vacía” en las decisiones europeas para hacer notar la supuesta intrascendencia de esas decisiones de integración frente al verdadero poder británico. La reglas comunes de inversión y de comercio fueron acusadas de estar poniendo camisa de fuerza al Reino Unido. La pesca se declaró discriminada por Bruselas a favor de los franceses. La libra no se rindió ante el tratado de Maastricht y siguió su camino propio. La señora Thatcher reforzó el llamado euroescepticismo y alertó sobre supuestos planes de Bruselas para crear un superestado que acabaría con las Islas al norte de Calais. Hasta la eterna disputa territorial, religiosa, republicana e imperial de Irlanda del Norte entró en escena, al poner el Brexit en peligro los Acuerdos de Viernes Santo que terminaron con la violencia centenaria. Aún después de consumada la salida, las cuestiones aduaneras de las Irlandas siguen produciendo inestabilidad en la relación con los ingleses dejando a la vista tensiones territoriales, religiosas y políticas. Pasados dos años largos de la terminación de la membresía inglesa de la UE, hay consenso en que la economía se ha afectado estructuralmente, en que se dará un gran déficit de mano de obra por la falta de inmigrantes europeos, ya reflejado en la construcción y en el transporte, y que la libra tenderá a devaluarse golpeando el ingreso por habitante. Nada que haga el Premier Jonhson con los EEUU, Canadá o Australia podrá compensar el retroceso con Europa, cuando China se vuelve una opción improbable, dadas las tensiones globales que la involucran con India, Japón, el Asia-Pacífico, la OTAN y Rusia. El Brexit definitivamente debilitó a Inglaterra en estos nuevos tiempos de amenaza de referendo en Escocia, amenaza de bombardeo a Londres por Putin, resurrección de la OTAN e inflación alta e incontrolable en el mundo, acompañada de turbulencia energética y alimenticia. En la peor crisis del siglo XXI, el Reino Unido se aísla y se debilita por una decisión propia que le cobrarán al declinante Johnson.
Por otro lado, el olvidado grupo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los BRICS que en inglés quiere decir ladrillos, soportes, tuvo en Beijing su cumbre 14. La foto de Bolsonaro, Putin, Modi, Xi y Ramaphosa es per se desafiante: esconde los problemas de cada uno, desprestigio de Brasil, guerra de Rusia, escaramuzas entre China e India e islamofobia, problemas de China para crecer y crecientes en Hong Kong, Taiwán y Tíbet, parálisis en Sudáfrica. Pero tiene peso por los tamaños económicos agregados y por las capacidades militares de China, Rusia e India. Escogieron reunirse en una coyuntura de divisiones así las propias sean peores. Decidieron hacer política exterior minimizando sus diferencias y sus problemas internos. Lección para América Latina.
Y también se dio la reunión de la OTAN en Madrid como club masculino ya sin Merkel. En medio de una guerra que se agrava, los gobiernos del Tratado Atlántico decidieron asuntos trascendentales: una fuerza de despliegue rápido de por lo menos 300.000 efectivos; un compromiso de inversión en defensa de por lo menos 2% del PIB; la invitación oficial a Finlandia y Suecia y el apoyo de largo plazo a Ucrania. Revisaron su estrategia y declararon a China por primera vez, un gran desafío de seguridad.
Esta coyuntura es pertinente para que América Latina se integre, acuerde en la diferencia y analice su rol común en el mundo de hoy. Ya lo insinuó el gobierno entrante. La perspectiva es buena para nuestros intereses, si no se cae en la tentación de excluir, renegociar y despotricar