Desde que las plantas, y con ellas los animales terrestres, cubrieron la Tierra hace unos 500 millones de años, más del 95% los seres vivos se extinguieron por lo menos durante cinco ocasiones.
La última de ellas fue hace aproximadamente 66 millones de años, cuando todavía no existía el ser humano, en la que desaparecieron, entre otros, los dinosaurios. Estos son fenómenos naturales que están por fuera de la comprensión y de la manipulación del ser humano y que se repiten en forma cíclica, cada cierto tiempo medido en millones de años.
Desde hace poco más de un año se ha ido calentando la superficie marina en el Pacífico en un fenómeno llamado la Niña que produce lluvias torrenciales en el trópico y sequías extremas en áreas como California, en donde hay incendios forestales como el Dixie y el que ahora acabó con los alrededores del lago Tahoe, que no han podido ser apagados. Pero más impensable aún: se están presentando incendios en el Ártico y el giro de Beaufort, que controla la temperatura del Atlántico, prácticamente ha parado con la consecuencia de las arrasadoras tormentas tropicales de las cuales, ya dos, casi que consecutivas, han causado tremendos y casi irreparables daños en Nueva Orleans y toda la costa este de los Estados Unidos.
Por el lado europeo, la consecuencia ha sido crecientes súbitas en Alemania y en otros países. Sin que sea claro el origen, las inundaciones en la China continental no se habían presentado nunca con tal magnitud y en tal extensión.
Fanor Mondragón publicó en el último número de la Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, una exhaustiva revisión de los niveles de CO2 en la atmósfera a lo largo de las eras geológicas y concluye con los datos de los últimos setenta años, en los que por la actividad humana esos niveles, 417 ppm, llegaron al doble del promedio de milenios que nos amenaza con una sexta extinción. No es alarmismo. Es realidad, a no ser que cambiemos el rumbo, aunque queda muy poco tiempo.
Colombia también ha sufrido las consecuencias: las tormentas Eta e Iota que arrasaron Providencia y las lluvias del último año que no cesan de causar tragedias predecibles como la de La Mojana.
A nivel local podemos mitigar algunos efectos de estos fenómenos a través de previsión y políticas de largo alcance. Ya Corponor claramente dijo que es indispensable reforestar las riberas de los ríos, particularmente el Pamplonita, el Zulia y el Táchira.
Construir un acueducto pluvial disminuiría el volumen de agua que después de un aguacero corre por nuestras calles y las regulaciones urbanas deberían impedir la construcción de avenidas que, como las del Anillo Vial cerca de Boconó, no incluyan puentes o túneles subterráneos que permitan que en el caso de creciente, las aguas puedan rápidamente volver al río causando quizás inundación pasajera, pero no los desastres que hemos vivido.
Colombia no puede seguir dependiendo de la venta de petróleo y carbón para obtener divisas. Muy pronto no habrá compradores. Ya el presidente de China, Xi Jinping, se comprometió el lunes en Naciones Unidas a no construir más carboeléctricas. Y nosotros tenemos parte de la respuesta, porque debemos volver a la exportación de cafés especiales como los nortesantandereanos a través de acuerdos como el del Don Antón con Taiwán.
El Estado se creó para prevenir y no solamente para administrar el día a día de la cosa pública. No debemos perdernos en peleas bizantinas entre los dos poderes elegidos por los ciudadanos para resolver los problemas de la ciudad. Para evitar una tragedia es necesario que prime la sensatez y la obligación de trabajar para todos y no para el beneficio de un grupo particular.