El pasado domingo Costa Rica eligió en segunda vuelta al centroderechista Rodrigo Chaves como presidente con el 52.8% de los sufragios, al paso que su contendor, el expresidente socialdemócrata José Figueres alcanzó el 47.2% de los votos. Los resultados entregan una radiografía interesante porque la abstención llegó al 42%, no obstante tener voto obligatorio; y, porque en la primera vuelta había ganado Figueres con el 27.3%, siendo segundo Chaves con el 16.8%, y los siguientes cuatro candidatos llegando al 14.9%, 12.4%, 12.3%, y 8.7%, lo que indica la conformación de una gran coalición contra Figueres para segunda ronda. A diferencia de la Constitución nuestra, la de Costa Rica permite la victoria en primera vuelta si uno de los candidatos obtiene el 40% del total, lo cual no ocurrió y forzó la segunda que, por dialéctica, llevó a una polarización no de extremos, sino entre centroderecha y centroizquierda.
Costa Rica despierta interés por su evolución política, económica y social, sobre todo en el comparativo latinoamericano. A diferencia de Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras, en donde décadas de dictadura y guerra civil dejaron miles de muertos, que llevaron a frustrados procesos de paz, o regímenes como el sandinista con desviación autoritaria, Costa Rica ha tenido estabilidad política desde 1948, al punto que no cuenta con Fuerzas Armadas y destina el 7% del PIB a la educación. De su población solamente el 3% ha migrado, mientras que el 11% de la colombiana ha salido por la violencia y otras causas. Los costarricenses no integran las oleadas de migrantes desesperados que atraviesan Méjico tras el sueño americano. Su ingreso per cápita era de 19.700 dólares en 2020, en tanto que el de los colombianos llegaba a 13.400 dólares. Su esperanza de vida es de 82.4 años en mujeres y 77 años en hombres, mientras que en Colombia es respectivamente de 78.6 y 71.2 años.
Costa Rica, con 5,2 millones de habitantes y 51 mil km2, sin mayores recursos naturales, pero con inmensa biodiversidad y una política ambiental seria, ha logrado desarrollar la industria del turismo. Así mismo, su educación, con alto predominio de la pública, ha podido formar una juventud con oportunidades. En general, los ‘ticos’ viven mejor. Por algo, la ‘National Geographic’, en su reporte sobre la felicidad de los países de 2017, les otorgó el primer lugar.
Esas ventajas se explican porque los costarricenses han tenido mejores gobernantes. Baste recordar a Óscar Arias, quien fuera presidente en dos períodos, y premio Nobel de la Paz en 1987 por su contribución a los procesos de El Salvador, Guatemala y Honduras, y porque se opuso con firmeza a Estados Unidos cuando lo presionaron para que permitiera bases de ‘los contras’ para derrocar al sandinismo nicaragüense. Del mismo modo, rechazó después el autoritarismo sandinista. También recordamos a José Figueres, justamente el candidato derrotado en esta ocasión, quien gobernó en los noventa.
En síntesis, si bien Costa Rica hábilmente escapó a los efectos de la Guerra Fría y está mejor que otros países de la región, ello no significa que no tenga problemas. Son menores, en la medida en que carece del narcotráfico, la minería ilegal, la inseguridad, las guerrillas, y el nivel de corrupción que nos caracterizan. Pero tampoco es un país desarrollado, sino un pasajero más en el vagón tercermundista de la globalización económica, con una pobreza que afecta al 21% de su población, deuda externa de 29.500 millones de dólares, y coletazos de narcotráfico y corrupción que empiezan a afectarlo.
Rodrigo Chaves, bajo visión neoliberal, pretende disminuir el Estado, y hacer de Costa Rica un país más atractivo para la inversión extranjera y el turismo. Políticamente, dado que su partido sólo logró 10 de las 57 sillas de la Asamblea Legislativa, tendrá que conformar una coalición para su gobernabilidad. Si la armó para ganar en segunda vuelta, con mayor razón ahora que es presidente.