Soy sincero. Cuando yo me crie, ya las enjalmas no hablaban. Pero mi abuelo Cleto Ardila, que en su juventud fue arriero de profesión, nos echaba cuentos a los nietos y siempre empezaba: “Cuando las enjalmas hablaban…” Y empezaba el cuento. La palabra de mi nono fue siempre sagrada para mí. Por eso yo creo que alguna vez las enjalmas sí hablaron.
Por si de pronto alguien no sabe qué es enjalma, diré que es un aparejo de lona y paja por dentro, que se les coloca a las bestias en las costillas, para suavizarles la carga.
¿Y por qué las enjalmas dejaron de hablar? No lo sé. Pero algo debió suceder porque perdieron el habla. Hay cosas en la vida, sí señor… En Las Mercedes, mi pueblo, por ejemplo, había un señor mudo, papá de una muchacha muy bonita, a la que yo visitaba con alguna frecuencia. Una tarde en que nos contábamos cosas, me dijo que su papá perdió el habla por culpa del diablo. Que cierta noche iba tarde para su casa, medio guarapeado, cuando se le apareció el Mandingas y cayó privado del susto. El viejo. Al despertar, la lengua no le sirvió ni para decir mu. Y nunca más volvió a hablar. Nunca supe si la historia era falsa o cierta, pero sirvió para que las señoras del pueblo les vivieran recordando este episodio a sus maridos para que no llegaran tarde. El pueblo parecía un convento. A las seis de la tarde, ya los maridos estaban encerrados, camándula en mano.
Hay cosas sin explicación, como que hablaran las enjalmas, o como que el diablo asustara a los hombres perniciosos.
Ahora, al grano. En aquellos tiempos la vida era más sabrosa. Para empezar no había celulares, de manera que la gente era más cordial, más saludable. Había más lectores y los libros no quedaban vírgenes en el armario. En los hogares la mujer le hablaba al marido y los hermanos entre sí. No como ahora que cada quien está metido en su aparato.
Cuando las enjalmas hablaban, a los papás y a los maestros se les respetaba y se les obedecía. Hoy los hijos hacen en la casa lo que les da la gana (con honrosas y cercanas excepciones), y ¡Ay! del padre que grite a su hijo o intente darle un pantuflazo y menos un correazo. A la cárcel puede ir a parar.
Con los maestros, la cosa es igual. Pero la culpa es de los mismos profes, con el perdón de Asinort y de Fecode y de mis amigos maestros. Desde que los educadores se volvieron agitadores políticos, a sus alumnos los llaman compañeros o camaradas y los invitan a las manifestaciones y les hablan de tú a tú, y los alumnos de igual manera les echan el brazo y les dicen “uy, marica, yo no hice la tarea por ir la marcha”. “No importa, tú tranquis”, le contesta el maestro.
Cuando las enjalmas hablaban, la gente saludaba, y a los ancianos y a las mujeres se les cedía la acera, y se decía permiso. Hoy eso se acabó, como se acabó la enseñanza de la Cívica y la Urbanidad y la Historia.
En aquellos tiempos los matrimonios duraban una eternidad, y los noviazgos eran una especie de preparación para el matrimonio. Hoy el noviazgo es un boleto para ir a la cama, fácil de conseguir, y hasta hay muchachas que ofrecen boletos a diestra y siniestra.
En aquellos tiempos, nadie llegaba tarde a las citas ni a los compromisos, como… ¡Mejor no digo nombres!