Pasan los días y no se observa mejoría en ninguno de los procesos que la ciudad emprende. Siempre mantuve hasta el final el optimismo de pensar que aunque cuatro años no son suficientes para mejorar problemáticas de gran envergadura, si era necesario tomar correctivos en ciertos momentos y situaciones para llevar a buen puerto nuestra amada ciudad.
También es cierto que no me deja de presionar la visión del pasado, el recuerdo de prosperidad y lo que soñaron los sobrevivientes del 18 de mayo de 1875, llamados por Jaime Buenahora “la generación del terremoto”, un grupo de individuos que fue capaz de sacar la ciudad adelante en medio de los escombros y los muertos.
La lista de errores es larga, las problemáticas ni se diga, pero ¿por dónde comenzar? Inicialmente las problemáticas de fondo siempre recaen en quienes lideran los procesos; el fenómeno de la corrupción que como un cáncer, devora el erario. Esto acompañado de los egos y el despotismo de los “patricios” que a su suerte creen ser dueños de la ciudad. Por otro lado, la gente empobrecida por diferentes motivos; migrantes, desplazados, pobres históricos como les denominan y la crisis social que se profundiza por políticas de gobierno que jamás están pensando en esa masa de población en necesidad.
La respuesta del Estado no es otra que subsidios, ayudas humanitarias que calman el hambre de hoy y generan dependencia para el mañana pero que, en el espectáculo demagógico, encajan perfectamente porque permiten la sumisión de estas personas y la dependencia al amo; les genera un poco de bienestar y un imaginario de libertad.
También se nos agotó la visión a largo plazo. Ya no se construyen obras de envergadura que dejan legado a futuro, ¿dónde están los monumentos, las vías rápidas, el transporte masivo o simplemente, la recuperación de la malla vial, no con retazos sino completa?
Volver a creer en la planeación estratégica es difícil. No es posible que hoy se pavimente una vía y mañana, una empresa, cualquiera de servicios, la rompa para instalar un tubo o un cable. Hay que pensar con razón e inteligencia; la seguridad no es un problema de algunos, es cuestión de todos.
Los crímenes se cometen a cualquier hora, desde homicidios o masacres, hurtos y demás. Los andenes están sucios, las paredes en decadencia, el olor a heces humanas en muchos lugares son nauseabundos y este escenario se completa con las personas en extrema indigencia.
A la vista no se ve ninguna solución; el caos vehicular, la falta de cultura ciudadana y el reconocer que todos somos parte de esta ciudad es en el fondo una de las principales fuentes de que todo lo anterior suceda. Nos quejamos siempre.
Cada vez que viatican de Bogotá a nuestra ciudad colocamos las quejas y en eso se queda, en selfis. Hoy no tenemos gobernantes, tenemos “youtubers” que nos muestran como sus egos se inflan, pero sus ejecuciones son banales. Las discusiones de ciudad se dan en pequeños grupos de investigación de las universidades; el narcotráfico y lavado de activos se tomó la ciudad, ya está frente a nosotros y por miedo nos toca agachar la cabeza y pensar que no existe.
¿Pero qué debemos hacer? Colocarnos manos a la obra, pensar y soñar en grande, volver a las raíces de nuestros antepasados, dejar el individualismo, elegir gente idónea y coherente, planear de manera inteligente y ante todo, pensar en ciudad, esa que le queremos dejar a nuestros hijos; de lo contrario no queda otro camino que quedarse y seguir igual. Como diría nuestro primer obispo cucuteño, monseñor Luis Pérez Hernández: “Qué lindo es nacer en Cúcuta, vivir en Cúcuta, morir en Cúcuta.”