Tumaco y su gente nos deberían doler a todos los colombianos. Estamos hablando del segundo puerto más importante del Pacífico y, ¡qué rabia! Una ciudad sitiada entre la pobreza y los criminales que se lucran del narcotráfico.
Hace unos días aterricé en la llamada Perla del Pacífico, para conocer de primera mano los desafíos a los que nos enfrentamos si queremos rescatar este territorio y a su comunidad.
Me encontré con un municipio con cifras dramáticas, no solo de cultivos ilícitos, sino de cocaína exportada hacia Ecuador, Centro América y México; cifras que superan las 300 toneladas de cocaína al año, en manos del cartel del golfo, disidencias de las Farc, Eln, bandas criminales.
Todos en guerra por el control de la economía narcotraficante y la minería ilegal.
Alrededor de esta preciosa bahía, existen aproximadamente 10 estructuras armadas, entre las que se encuentra la llamada Gente del Orden, un grupo denominado Autodefensas Gaitanistas de Colombia y por supuesto, hombres del Eln y sectores disidentes de las Farc, que no entraron en el proceso de paz.
El negocio de la cocaína ya no está en manos de grandes capos o de un cartel poderoso, sino de pequeños grupos que dominan operaciones que van desde el cultivo, el procesamiento de la hoja de coca, el transporte de la base y la carga de toneladas de cocaína.
Esta segmentación del negocio, les permite a los delincuentes controlar zonas geográficas, pobladores y la industria del narcotráfico en general, pues comparten un interés común de lucro.
Sin embargo, las numerosas guerras internas por el control mafioso de la zona, muestran una situación humanitaria dramática. Así, vemos que la tasa de homicidios en Tumaco es de 70 por cada 100 mil habitantes, una cifra muy preocupante si se tiene en cuenta que el promedio nacional es de 25 por 100 mil habitantes.
Es claro que la población está sometida al imperio de estos criminales, que se están disputando el negocio del narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión, la corrupción y otros delitos que los alimentan financieramente.
Por eso, es necesario imponer la fuerza de la ley en el territorio; llevar presencia estatal con oferta diferenciada para campesinos y concertar con la comunidad.; y planes alternativos de economía familiar fundamentados en actividades tradicionales como la pesca artesanal, el fortalecimiento de la infraestructura hotelera para posicionar lugares como las playas de El Morro, Bocagrande y El Bajito entre los viajeros. Así mismo, resaltar expresiones culturales regionales autóctonas, como los Carnavales del Fuego y el Festival del Currulao.
Aunque Tumaco parece solo un punto geográfico en el mapa, es en realidad lo que se juega Colombia en el posconflicto, la cara de lo que en la práctica puede significar el triunfo de la paz sobre la guerra. (Colprensa)