La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
El exilio y la esperanza en tiempos del coronavirus
En ese exilio que cobija sin distinciones, es estar y no estar, esa sensación de contradicciones irresolubles...
Authored by
Miércoles, 1 de Abril de 2020

Es imposible ser indiferente a las circunstancias que agitan el mundo actual, embestido con frenesí y sacudido con una fuerza imponente, que enmaraña la cotidianidad de todos los bípedos de piel lisa que ven amenazada su existencia. Esta criatura que se vanagloria de su sociabilidad y razonabilidad, y que busca permanentemente la “felicidad”, está inmersa en una realidad que la desborda y no se circunscribe a ninguna lógica divina y racional. El virus mortal anudó las contradicciones y nos elevó a una “categoría” propia de aquella narrativa Camusiana de la ciudad de Orán, somos exiliados. 

Dice el escritor argelino “lo primero que trajo la peste a nuestros conciudadanos fue el exilio” y que se manifestaba como un sentimiento “aquel vacío que llevábamos dentro de nosotros aquella emoción precisa; el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, era dos flechas abrazadoras en la memoria”, esta situación invita a la macula detallista de los otros y también nosotros mismo, y el imperativo maridaje con la temporalidad: “entonces comprendimos que nuestra separación tenía que durar, que  no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo…aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado, y si alguno tenía la tentación de vivir en el futuro tenía que renunciar muy pronto...sufriendo finalmente las heridas que la imaginación inflige a los que se confían en ella”.

En ese exilio que cobija sin distinciones, es estar y no estar, esa sensación de contradicciones irresolubles, que describe la poetisa uruguaya Ida Vitale:” Están aquí y allá: de paso, en ningún lado. Cada horizonte: donde una ascua atrae. Podrían ir hacia cualquier fisura. No hay brújula ni voces.” Pero la adversidad de las circunstancias son un estímulo para la generación de valores que alimenten el trabajo colectivo, y por lo tanto sentido aún en este absurdo, que mide el calibre moral de una sociedad y sus arrestos volitivos, no simplemente como sobrevivencia en medio de la angustia, sino como buenos timoneles en medio de la tempestad; tal como invita Adela Cortina “Tenemos que sacar todos nuestros arrestos éticos y morales y enfrentarnos al futuro con gallardía, porque si no mucha gente va a quedar sufriendo por el camino, y a eso no hay derecho”, lo anterior implica movilizar todo la “capacidad moral” y “el capital ético” que disponemos y construimos como sociedad a través de la solidaridad y aquel term
ino clave en la filosofía del gran Adam Smith y que hoy ha sido vulgarizado, la empatía.

Lo anterior no es un llamado desde las trincheras de la dulcificación del carácter estéril, o desde la comodidad de las frases de cajón, encapsuladas en peroratas de “positivismo” barato, o pseudo sicología; hablo desde la cruda realidad, desde esa proximidad a la muerte que cobra sentido cuando acecha, aunque ella y el sujeto que la experimenta no se encuentran nunca dice Alfonso Di Nola, por eso la única posibilidad de conocerla reside en la muerte de los demás, y el virus lo que ha acumulado es precisamente una estela mortuoria en su trasegar; es aquí donde cobra sentido la vida misma- la antítesis de la muerte - que toca la conciencia, no como un acto individual, sino que nos humaniza en razón del otro. Si la muerte de los otros nos aterra, la lucha por la vida con y para los otros nos anima y llena de esperanza.

El camino no es fácil, pero como Whitaman invita para sobrepasar las penumbras en su poema Este Estiércol : “ ahora me sobrecoge la tierra, es tan serena y paciente, produce cosas tan buenas de tales corrupciones, inofensiva e inmaculada, gira sobre su eje, con estas sucesiones infinitas de cadáveres descompuestos, destila tan exquisitos vientos del hedor que encierra, renueva, bajo tan indolentes aspectos, sus cosechas anuales prodigas, suntuosas, da a los hombres tan divinos materiales, y acepta de ellos al fin tales sobras”.

Temas del Día