Es posible que creamos, de pronto en forma ilusa, que a través de la educación podemos sobreponernos a la crueldad propia del homo sapiens. Es llamativo que en ningún otro grupo de homínidos se encuentra agresión letal a otro miembro del grupo. Antes bien, trabajan en conjunto para protegerse colectiva e individualmente y obtener por lo menos, seguridad física ante los predadores.
El primero de los grandes homínidos en matar a un semejante con una piedra o una herramienta de piedra, fue el homo sapiens. Y desde entonces, no ha hecho sino inventar mejores herramientas de muerte: la honda, la catapulta y ahora, los misiles con ojivas nucleares y morteros, como los utilizados la semana pasada en contra de la estación de policía de Astilleros en nuestro Norte de Santander.
En todos los homínidos se da la lucha por el liderazgo, que traducido a nuestros días sería como decir, la lucha por el poder y la dirección del grupo. Pero solo en el homo sapiens es una lucha a muerte en la que el líder y quienes lo apoyaron se quedan con todo y el otro grupo pierde propiedad, libertad y hasta la vida. ¡Vae victis!, expresión en latín que traduce ¡Ay de los vencidos!, decían los romanos. Así se conformaron los antiguos imperios y se mantienen los actuales. Pero para materializarlo, es necesaria la creación de un mito que debe rodear al líder y darle, como en Roma, el carácter de divino. El líder, en su carácter de ser un individuo irremplazable, debe pensar por todos y su pensamiento siempre es el correcto. Así, seiscientos mil soldados siguieron a Napoleón en su descabellado empeño de derrotar al Imperio ruso en invierno y quinientos mil murieron felices al dar su vida por el líder infalible.
Stalin en Rusia y Hitler en Alemania, causaron la muerte de millones de personas y sus seguidores creyeron que estaban haciendo lo correcto. Para no ir muy lejos, en Colombia los líderes de los partidos Liberal y Conservador a finales del siglo XIX y principios del XX, continuaron la lucha fratricida tiñéndola de visos religiosos, que no tenía, lo que permitió que algunos jerarcas predicaran que matar a los del partido contrario, no era pecado.
o que se llamó violencia, continúa hasta hoy con grupos guerrilleros fundados por sacerdotes reclamando justicia y campesinos buscando la protección de sus territorios y sus pertenencias, así como paramilitares que defienden sus tierras y propiedades ante la incapacidad del Estado, y finalmente, la maldición del narcotráfico convertido en excelente negocio por la prohibición. Precisamente el narcotráfico corrompió las guerrillas y a los paramilitares, dando origen a las bacrim, variopinto grupo de asesinos dedicados a conquistar el territorio carente de Estado para enriquecerse y financiarse con la protección, siembra y procesamiento de la coca que usan los norteamericanos y los europeos en su búsqueda de la felicidad artificial y que, desgraciadamente, también se consume en nuestro país.
La pregunta para los seguidores que me leen, para el hombre común que sufre las consecuencias y entrega hasta su vida por el líder es: ¿sabe usted por qué su líder piensa como piensa y espera que usted piense como él? Y la más importante: ¿está seguro de que el candidato a la presidencia que le indica su jefe es el presidente que le conviene a Colombia?
Qué interesante sería que todos tuviéramos la visión del Estado que nos da el Li Chi, libro escrito aproximadamente 2.000 años antes de Cristo: “El Estado es una comunidad de todos. Los más capaces y hábiles son elegidos y recomendados como jefes. La gente no solo ama a sus propios padres, sino también a los padres de los demás. Crían a sus propios hijos y a los de los otros. Los viejos pueden vivir sus últimos años en paz. Hay trabajo para todos y se cuida a todos.”