Después de ver +28.000 personas haciendo la ola en el estadio Alfonso López por más de ocho minutos seguidos solo podía pensar: Si los colombianos nos pusiéramos de acuerdo sobre nuestro futuro como nos ponemos de acuerdo en los estadios, Colombia sería un país maravilloso. (Probablemente esta es una reflexión derivada de mi casi nula experiencia futbolera).
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El país podría ser maravilloso de verdad, no maravilloso de falso romance y pispirispis como cuando dicen que “somos el país más feliz del mundo”. Maravilloso en el sentido de que no haya niños violados con la complicidad de quienes se supone deberían protegerlos; en el mismo sentido que no haya adultos mayores en la calle vendiendo Bon Ice porque no tienen otra alternativa para comer y sin políticos que se crean mejor que los demás por la posición económica que han alcanzado robándose los recursos de las poblaciones más vulnerables.
Al escribir esto, me doy cuenta de que como ciudadanos a veces vemos los problemas del país como consecuencia únicamente de los intereses mezquinos de los políticos, y no profundizamos en que quizás hemos adoptado comportamientos colectivos con los cuales hemos protegido la crueldad en todas sus formas.
Hay cientos de ejemplos para ilustrar que nos hemos convertido (como sociedad) en un invernadero para el mal: Las mujeres víctimas de violencia de género son obligadas a quedarse con sus agresores por factores económicos, ‘comodidad’ o el qué dirán; una mujer falleció luego de una agonía de tres días tras haber sido quemada viva por sus vecinos debido al ruido que hacía su hijo autista y que además sufría ataques de epilepsia; una pareja es sacada a palo y amenazas de un parque por darse un beso; un cachorro fue arrastrado por un carro en movimiento y la mujer que defendió al animal fue golpeada; el jefe del comando de Policía y el concejal de Heliconia (Antioquia) capturados por ser aliados de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Podría escribir mucho más.
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También es cierto que hay un número cada vez mayor de personas luchando por cambiar estas realidades, lo cual es esperanzador (ver https://vm.tiktok.com/ZMNbFB4eG/?k=1). Sin embargo, el solo hecho de que sucedan casos como los mencionados es una muestra de que nuestra sociedad está dotada de elementos propicios para favorecer la agresión, violencia e indiferencia.
A menudo desespero ante el futuro de la raza humana (no por el cambio climático, y no porque no me preocupe sino porque creo que hay cosas peores) y el rumbo colectivo que tomamos. Aplaudimos al alcalde homicida, pero nos indigna que las Farc o cualquier otro grupo al margen de la ley tengan participación política, en fin, la hipotenusa.
No me canso ni temo hablar de Ramiro Suárez porque, a pesar de que nuestra región tiene muchísimos problemas, el peor de todos es minimizar que tuvimos un alcalde autor intelectual de homicidio y excusarlo porque hizo unos puentes y un centro comercial. Pensar así es lo que nos ha convertido en un invernadero para el mal, y por mi parte, estaré dispuesta a alzar la voz hasta que nos corrijamos definitivamente.
Esto no puede continuar. Tenemos que cuestionarnos hasta que no dañar a otros sea la costumbre y no la excepción, hasta que proteger a los más vulnerables sea la única opción, hasta que podamos vivir sin miedo y no nos estemos preguntando de qué más seríamos capaces.
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