Muchos no creen en la letalidad del virus COVID-19 y persisten en afirmar que el mismo no existe, sin embargo cobra y sigue cobrando más y más vidas. No basta declarar la alerta roja o diseñar estrategias administrativas de contención, si los ciudadanos no tomamos conciencia del mal que estamos afrontando. No es un tema de escondernos, pero si de altísima responsabilidad social y conciencia, por lo cual debemos tener muchísimo cuidado. Las personas de manera desmedida y sin ningún tipo de bioseguridad deambulan por las calles, sin saber a ciencia cierta si son o no portadores del mortal virus.
Necesitamos reaccionar como sociedad y repensar nuestro nivel de solidaridad, no se trata de aislarnos para protegernos, sino entender que así también protegemos a los demás. Está claramente probado que el mayor lugar de contaminación hoy día es el hogar, donde todos bajamos los protocolos de seguridad porque nos sentimos seguros. Pero es allí, al interior de nuestro hogar que debemos redoblar esfuerzos y ser conscientes de lo que está pasando.
Lo más triste de contraer esta enfermedad, es ver como uno a uno los miembros de nuestra familia se van afectando con el letal virus y tienen que padecer de manera silenciosa los embates propios de esta enfermedad. Centenares de familiares y amigos hoy lloran en silencio la partida de algún ser querido, pero lo que es peor, se encuentran con el corazón en la mano, esperando el turno como en una macabra ruleta rusa, que se lleva a quien le place.
No podemos simplemente quedarnos cruzados de brazos viendo morir a nuestros seres queridos, debemos emprender una cruzada de fe y esperanza que nos devuelva la vida. Es tiempo de sacar a flote nuestra confianza en Dios y aferrarnos a su poderosa sangre. Pero tenemos una alta cuota de sacrificio que aportar si queremos salir bien librados de esta pandemia. La vida nos dará, si nos cuidamos, la oportunidad de reunirnos en familia, compartir, abrazarnos y disfrutar, pero por ahora debemos cuidarnos unos a otros, evitar al máximo las reuniones y no exponernos a ser contagiados o contagiar a otros.
La virtualidad no remplazará jamás el cálido abrazo de un padre, ni la alegría de una agradable reunión familiar, pero si de abstenerse de ello depende la vida de los seres queridos, es mejor que sacrifiquemos un segundo de nuestra vida y no la vida en un segundo. Debemos recordar que mientras haya vida, hay esperanza. Por ahora, aprovechemos la tecnología para compartir con nuestros seres queridos, experimentemos la forma diferente de hacer las cosas y démonos el permiso de disfrutar de nuestros seres queridos de otra forma, mientras salimos airosos de todo esto.
Necesitamos apelar a la conciencia social para cerrar este año 2020, el cual desafortunadamente deja muchas cosas que lamentar, pero que, como todo en la vida, también pasará. No desfallezcamos, hagamos un último esfuerzo colectivo y pasemos juntos a un nuevo año de bendición; estoy seguro que juntos podremos derrotar la COVID-19.