El más elemental analista reconocería que Colombia está encinta de una crisis. Y que esa crisis compromete por entero los centros nerviosos de su quehacer como Nación.
Será tan serio lo que viene, que no es la seña mayor el esfuerzo colosal que se hace para convertir esta patria en socialista, con todo el séquito de horrores que sigue a esta lamentable forma institucional y económica.
El socialismo es una fábrica de miseria porque es irracional, torpe, ineficaz y totalmente inepto como formulación ordenada y productiva. La Historia, madre y maestra, lo comprueba.
No hubo jamás un ensayo socialista venturoso. Ni podrá haberlo.
Suficiente motivo de preocupación tendríamos con este dictatorial proyecto para convertirnos en algo como Cuba, o Venezuela, o en la Argentina de Perón o de los Kirchner, o en el Brasil de Lula, o el Chile de Allende.
Y será tan grave nuestro presente, que con todo lo que tiene de calamitoso ese intento catastrófico, no es lo peor que nos ocurre.
La famosa Paz de Santos, la de la ridícula paloma en la solapa, no ha sido más que un expediente para crear un diabólico esquema de poder fundado en el sucio dinero del narcotráfico.
El paso de las cuarenta y dos mil a las doscientas mil hectáreas sembradas de coca, no es una mera calamidad de orden público.
Es una estratagema para convertir nuestra frágil democracia en una plutocracia criminal.
Eso que llaman la izquierda se ha congregado alrededor de la cocaína para tomar el poder y luego, como siempre en todos lo esquemas comunistas, utilizarlo como el martillo y la hoz que nos conviertan en otro pueblo esclavo de ese credo nefasto.
Cualquier estudiante de política elemental sabe que es condición para un ensayo socialista la pauperización del pueblo.
Lo que se está intentando con primor de técnica. La corrupción que permitió el robo de toda una bonanza petrolera, la mayor que llegó a Colombia y de la que no quedó nada, no solo es la ocasión para fabricar ricos de los contratistas del Estado y validos del régimen, sino para poner de rodillas nuestra gente, para que reciba agradecida un mal plato de comida, a cambio de su dignidad y de una vida decente.
Es la eterna historia de todos los socialistas.
En Corea del Norte el pueblo se muere literalmente de hambre. Y por una ración de mal pan se deja manipular, robar, ultrajar. Como ocurre en Cuba desde hace casi sesenta años y como ahora pasa en Venezuela, obligada por estos mercenarios del poder a mantener a Cuba, mientras un plato de comida es tan esquivo para su propia población. Pues para allá nos llevan. El único indicador económico halagador que tenemos es el tipo de cambio estable, hijo abyecto de la cocaína. Todo lo demás anda mal, en camino a volverse peor. Con tantas veras sea dicho, que el dictadorzuelo acusa a los medios de comunicación, sus aliados de ayer, de crear un ambiente destructor de pesimismo. Así obraron siempre las dictaduras, culpando a cualquiera de sus desvaríos.
La Justicia vuelta pedazos, la política sombría, el parlamento corrompido, el ejército manoseado, son elementos ideales de la crisis, que no se ve a lo lejos, sino inminente, devastadora, implacable.
Pero no nos faltan motivos para la fe y el entusiasmo. Los que calcularon el desastre y nos metieron en la encrucijada, tuvieron pobre idea de nuestras reservas interiores. Colombia no es tierra para la esclavitud, y ni siquiera para el conformismo cobarde. Este pueblo sabe andar a paso de vencedores, mejor mientras más empinada la cuesta y más soberbio el enemigo.
Y que no se olvide: el ambiente internacional no está propicio para estas aventuras. La señora Clinton no es Presidente y el Foro de Sao Paulo se quedó sin monaguillos.