Con la llegada del Perseverance a Marte y la publicación del libro Extraterrestrial de Loeb, se ha vuelto a poner de moda el tema de la vida extraterrestre.
El astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli describió lo que parecían canales en la superficie de Marte y el norteamericano Percival Lowell, propuso que esos canales eran obras de irrigación construidas por una avanzada civilización. Los marcianos se apoderaron de la imaginación de la sociedad de finales del siglo XIX. Hoy sabemos que no hay canales en Marte y Perseverance nos demostrará si alguna vez hubo condiciones para permitir vida.
Para que en un planeta se desarrolle vida son necesarias varias condiciones, entre ellas, una distancia de su sol que permita que la temperatura ambiente se encuentre entre 0 y 100 °C; una masa de agua mayor que la corteza rocosa; una atmósfera gaseosa compuesta mayormente por gases inertes como el nitrógeno, suficiente para conservar permanentemente el agua y mantenimiento de su eje de giro sobre sí mismo.
El problema es que los exoplanetas que hoy conocemos, dice Rebecca Boyle en la edición de marzo de 2021 de Scientific American, no cumplen todas estas condiciones. La mayor parte cambia sus ejes de rotación en forma impredecible causando cambios de temperatura extremos. Esto le ha pasado a Marte y por eso es altamente improbable que haya habido vida en el planeta rojo. Pero la Tierra siempre ha estado acompañada de la Luna, por lo que Tierra y Luna forman un sistema en el que se ha desarrollado la vida. Por eso, los astrónomos en este momento se están concentrando en planetas con lunas. Hasta el momento solo se ha comprobado la existencia de un exoplaneta con una luna que giraría alrededor de la estrella Kepler-1625 que se encuentra en la Constelación del Cisne a casi 8.000 años luz de la Tierra. Sin embargo, según lo reportaron Teachey y Kipping en 2018, esa luna tiene un tamaño semejante al de Neptuno, que es 17 veces más grande que la Tierra, lo cual lo hace diferente.
La comunidad científica mayoritariamente acepta hoy la hipótesis de la “Gran Colisión” de acuerdo con la cual, la Luna se formó apenas 100.000 millones de años después de la formación del sistema solar por la colisión de un planeta de un tamaño parecido al de Marte con la Tierra. De esta Gran Colisión se derivaron una serie de consecuencias que, según Boyle, dejaron una tierra oblonga con una masa de apenas 81 veces más que la de una luna más esférica que se ha venido separando lentamente de ella por estos miles de millones de años durante los cuales ambas se enfriaron hasta llegar a su forma actual.
La consecuencia es que las dos forman un sistema binario con un centro de masa, llamado baricentro a 4.000 km del centro de la Tierra, en el que las fuerzas gravitacionales entre los dos mantienen el eje de la tierra constante, ocasionan las mareas que han determinado la forma de las costas e influencian la vida animal y vegetal y mantienen la presión atmosférica, todas ellas condiciones necesarias para el desarrollo y mantenimiento de la vida. Pero, la fundamental es haber mantenido una temperatura superficial promedio constante entre 0 y 60 °C por los últimos 1.000 millones de años. Esto hubiera sido imposible sin la Luna.
¿Es éste un evento único en la historia del Universo? En este momento hay cientos de astrónomos estudiando las lunas de otros exoplanetas y sus características. Pero sigue siendo probable que no seamos únicos en el Cosmos y que existan otras civilizaciones, ojalá más inteligentes que la nuestra, producto de un evento similar.