Continúo compartiendo con mis lectores experiencias del Pacífico. Llegar al muelle de Juanchaco es otra experiencia inolvidable. Por este muelle entra y sale todo el comercio de la región así como las excursiones de turistas. Es un muelle diferente, ya que descansa sobre cuatro amplias columnas cuadradas por las que trepan unas escaleras de concreto, tres por columna, a las que atracan en rápida sucesión las lanchas que salen y regresan, y suben y bajan los viajeros que de la lancha pasan al escalón más bajo, dependiendo de la altura de la marea.
Una vez arriba se debe caminar unos 150 metros hasta llegar a la calle principal, donde a derecha e izquierda se prolonga una vía de lodo y piedra pequeña, con huecos en los que se aposenta el agua lluvia que todos los días cae y se guarda en tanques. Juanchaco no es turístico. Por consiguiente, se debe ir a Ladrilleros a bordo de un mototaxi que solo sale cuando se completa el cupo: ocho personas apretujadas, de cuatro por lado. Esos mototaxis se encuentran ubicados a unas tres cuadras del muelle, por lo que se tiene que caminar por el lodazal hasta llegar a su sitio de parqueo.
De allí sale una carretera, en su mayor parte destapada, aunque tiene tramos pavimentados que rodea al aeropuerto a donde llegan solamente los aviones de la Fuerza Aérea. ¿Cómo es que la gente se acostumbra a vivir entre la mugre, el lodo, la pobreza y ser felices con una botella de aguardiente?, ¿no hay posibilidad de intervención del Estado, más allá de tener Policía Naval Militar? o ¿será que la felicidad para ellos consiste en no esperar nada sino conformarse con lo que se tiene?
Pero la experiencia completa son las excursiones que van a las regiones vírgenes de las costas de la bahía, donde se encuentran cascadas como La Sierpe, que se precipita desde más de 30 metros hasta fundirse con el mar en una piscina natural en la que se puede nadar plácidamente sumergido en su belleza.
El premio mayor es salir a mar abierto en busca de alguna ballena jorobada que se haya retrasado en emprender su viaje al Polo Sur. Nuestro experimentado lanchero aguardó pacientemente hasta que de pronto, a menos de 20 metros, vimos saltar a un vallenato y posteriormente al gigantesco cetáceo de 16 metros en una voltereta mortal de espaldas, mientras ocho o diez lanchas que esperaban ese momento, emprendieron veloz carrera hacia nosotros rodeando al animal que daba fuertísimos golpes al agua con su cola.
Bahía Málaga es una bahía muy profunda donde se encuentra la Base Naval del Pacífico. Por años se pensó en la posibilidad de tener un puerto para buques de gran calado. La iniciativa nunca se cristalizó porque no le convenía a Buenaventura, cuya bahía se tiene que dragar continuamente para que entren los barcos que mueven todo nuestro comercio exterior.
El último día, con más de 5.000 turistas, terminó el Festival del Pacífico en el cual compitieron grupos de hombres y mujeres de piel negra azabache, orgullosos de su raza y tradiciones. Son grupos musicales, dominados por dos tambores, macho y hembra, que golpean con frenesí dos jóvenes que tratan de competir por quién le pega con mayor amor al cuero mientras los acompaña una marimba de tablas de chonta, cuya caja de resonancia son guaduas de diferentes tamaños. El resto del grupo mueve acompasadamente sus caderas al ritmo de bombos y guasás, cantan esas canciones que poco a poco lo van embriagando a uno, hacen que la audiencia se convierta en coro y nos hagamos uno con la cultura de esos pueblos transplantados del África a la fuerza. Cabe resaltar la labor que hace la Universidad del Pacífico en la recuperación de estas tradiciones.
Se terminó el Festival, y también el receso, y regresamos a la realidad cotidiana de nuestra querida Cúcuta.