“En griego antiguo la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y la palabra que se usa para designar al extranjero, son el mismo término: xénos.”
George Steiner
La migración es un fenómeno que mide el calibre moral de nuestra humanidad, tal como afirma Todorov: como percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. La madurez de la ciudadanía y la democracia se pone a prueba, no solo por el desafío institucional que significa, sino por los valores que están en juego, donde la empatía y la solidaridad se enfrentan a la xenofobia, esa tensión visibiliza el vicio del “extremismo moral” y permite otear los puntos grises de una humanidad más terrenal y menos escatológica.
Este fenómeno desnudó tres aspectos de la crisis de las sociedades modernas, por un lado un discurso de la globalización que predicaba la libre movilidad de factores, un mundo conectado por un flujo de información, bienes y servicios que configuraban una “aldea global” para utilizar el término de McLuhan, comienza a ponerse en tela de juicio, cuando las viejas ideas del proteccionismo económico mezcladas con nacionalismo y chauvinismos emergen en escenarios de crisis económica y política, personificadas por ciertos “líderes” virulentos; además los discursos del odio se agitan tiznados de xenofobia y aporofobia haciendo de la democracia un lugar lejano, tal como lo expresa el poema de Leopoldo Díaz “El viejo mundo se desploma y cruje/ El odio, entre la sombra acecha y ruge/ Una angustia mortal tiene la vida/ Y como leve arena que alza el viento/ a ti vendrán el paria y el hambriento/ soñando con la Tierra Prometida”. Un tercer aspecto, es lo que llamo “selectivismo moral” de la migración, pareciese que por
conveniencia unas migraciones son más importantes que otras en la “opinión pública”, los haitianos migrantes por ejemplo no han tenido la cobertura ni el impacto mediático, ese “fariseísmo” global corroe las instituciones y la sociedad en general.
La migración hace parte de la historia humana, de su evolución y desarrollo, migrar es una forma de comprendernos en distintos ámbitos, desde la antropología física cuando la originaria Eva mitocondrial o el Adán cromosómico y todos sus descendientes poblaron el mundo; hasta la narrativa bíblica que nos llama a la reflexión sobre la otredad: fui extranjero y me acogiste (Mateo 25,35), no vejarás al emigrante (Éxodo 23,9), no lo oprimiréis (Levítico 19,34), no lo explotaréis (Deuteronomio 23,16), no negarás el derecho del emigrante (Deuteronomio 24,17), maldito quien viole los derechos al emigrante (Deuteronomio 27) o al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo (Levítico 19,34).
En el plano local podría afirmarse que existe una “dualidad moral” frente a la migración; por un lado, el sentimiento de rechazo al considerarla una amenaza, como lo han revelado la encuesta del Cúcuta Cómo Vamos, y por otra parte una expresión de hermandad y solidaridad que se evidencian en experiencias como la Casa de Paso Divina Providencia en La Parada. Es importante eliminar los prejuicios y fortalecer la empatía y solidaridad; superar las visiones parroquiales y victimizadas de cierto imaginario que se reproduce en la ciudad, como si todos los problemas del mundo ocurren en estas latitudes y por lo tanto creer que somos sui generis en la desdicha, lo cual exige romper ese círculo vicioso de una lógica pesimista y acomodaticia, y aventurarse a construir proyectos colectivos avivados por la diferencia y especialmente la cohesión social.
Es importante recordar el llamado de Todorov “Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera. Nadie es definitivamente bárbaro o civilizado y cada cual es responsable de sus actos.”