“Hola, pequeños césares de Macondo. Y de la “madre patria”, que introdujeron el desorden. Los que van a morir, no los saludan. Más bien les retiramos el saludo y la mirada, como hacen los indígenas del Cauca cuando son agredidos.
Ante todo, los miuras colombianos guardamos un semestre de silencio y expresamos nuestra solidaridad con nuestros colegas los astados de todo el mundo que el año pasado y éste, perdieron y perderán no sólo la vida sino la estética, porque nada más feo que un muerto desorejado.
Por enésima vez, invitamos a los alcaldes que en el mundo son, a que muestren su sensibilidad social prohibiendo la entrada de trago a los tendidos. Sería el primer paso histórico, incruento, para acabar con esta bárbara costumbre. Corrida sin trago es como amar sin amor, jugar tenis sin pelota.
Pensando con las ganas, sería preferible que los matadores primermundistas permanecieran en España, y se fueran “a” de tapas por tascas madrileñas en vez de darnos con su perverso arte en nuestras propias barbas.
Notificamos “Uribe et orbi” que los toros preferimos terminar en bisté a caballo y no dando la vuelta a ningún ruedo, así García Lorca haya dicho que ninguna fiesta más rodeada de belleza que ésta en la que perdemos la vida para que nuestros antagonistas engorden sus cuentas bancarias. Menos poesía y más respeto por nuestros derechos humanos taurinos es la consigna.
La cita de Federico, como le dicen, la hizo el entonces presidente Gaviria la vez que en Palacio le entregó la Cruz de Boyacá a su tocayo César Rincón, quien pasó de matarnos a hablar de nosotros a través de la radio.
“La muerte luce el pretexto para que la vida se afirme”, dijo un tanto cantinflescamente el mandatario del revolcón en honor de Rincón quien les enseñó a los españoles cómo fajarse en el ruedo.
Ese día que Gaviria le gastó Cruz de Boyacá en el grado de Caballero, y como se sabe de la afición de Rincón por las orejas, un contingente de detectives se ubicó cerca del presidente y doña Ana Milena, su mujer, y otro al lado de los delfines Simón y María Paz, para evitar que fueran desorejados.
Para proteger sus apéndices auditivos, el periodista de Chinchiná, Caldas, Leonel Toro cubrió la condecoración por entre las cortinas de los salones Amarillo y de Credenciales, convertidos en coso político-etílico-taurino-social.
Piensen los señores de la muerte, alias toreros, en lo ridículo que se ven metidos dentro de un traje de luces tan apretado que se les marca notoriamente la diferencia anatómica que natura les dio, para locura y carnaval de los peinadores de las reinas de belleza. Y de las reinas de belleza, claro.
¿No le parece una solemne bobada al “civilizado” mundo que asiste a las corridas, que éstas sirvan para que las bellas saquen a tomar el sol sus trapos costosos y los políticos les sonrían a los fotógrafos para que los reencauchen en las páginas sociales de diarios y revistas?
Si bien estamos litigando en causa propia, ¿no les parece a los toreros pendejo y bochornoso un espectáculo en el que la gente enloquece porque el toro trata de quitarse de encima un trapo que le impide ver los audaces carrizos femeninos de sombra y la colección de cirugías que exhibe en los tendidos Lesbianita de Tal?
¿Qué será de las venideras generaciones con nuestros muchachos tratando de hacerse toreros en vez de estudiar para oradores, modelos, politólogos, periodistas, presentadoras de farándula, literatos, futbolistas o ciclistas que son las profesiones que le han dado renombre al país?
Informamos a los aficionados de sol y sombra y a los eternos figurones de callejón, que nos hemos declarado en asamblea permanente y que estaremos definiendo en breve la hora cero para entrar en cese de cuernos caídos y no embestir más.
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