El pasado 28 de mayo, el Presidente de la República expidió un nuevo decreto que extiende la cuarentena preventiva obligatoria hasta el 1º de julio, alargando el confinamiento en todo el país por un mes más. Este decreto, sin embargo, extendió las excepciones en un intento de resolver el falso dilema entre salud y economía. De nuevo las medidas confunden a la ciudadanía, otra vez se presenta un enfrentamiento entre el gobierno nacional y la Alcaldía de Bogotá. Estas contradicciones ocurren en el peor momento, cuando América Latina es el nuevo epicentro de la pandemia y la gente siente un desgaste físico, emocional económico y mental por el encierro prolongado. Además, el número de camas UCI y de respiradores reportado, indica que todo el esfuerzo de posponer a través de la cuarentena el pico de contagios se perdió. La lógica del confinamiento obligatorio es permitirle al sistema de salud ganar tiempo, aumentar su capacidad, para de esta forma evitar su colapso. Las cifras indican que eso no ocurrió, lo que nos deja en el peor de los mundos.
Justo el día en que Colombia reportó el récord de 1.322 casos, el Gobierno se “lava las manos” y deja la facultad de restricción de actividades a los alcaldes y gobernadores. No es comprensible que en el momento en que la epidemia inicia una curva de ascenso hacia su pico, se permita la movilidad de la gran mayoría de la población.
Es cierto que las cifras muestran una situación económica cada vez más dura e insostenible para la mayoría de los hogares del país. Durante el mes de abril se perdieron 5,4 millones de empleos, alcanzando una tasa de desempleo del 19,4%. A lo anterior se suma la población laboral informal que vive del diario y que representa un porcentaje que supera el 50% en promedio. Lo más grave, las estimaciones apuntan a un retroceso de treinta años en materia de reducción de pobreza y pobreza extrema.
Tenemos que ser conscientes de que reactivar muy temprano la economía, significa asimilar con objetividad y fortaleza, dolor y pérdida para miles de familias. Esta última semana se percibe que no estamos tomando en serio la COVID-19. Muchas personas salen a la calle sin tapabocas ni respetan el distanciamiento, como si la emergencia se hubiese terminado. El uso del tapabocas y la cuarentena son actos de respeto y empatía hacia los demás. Cuando yo uso el tapabocas, estoy protegiendo a quienes me rodean de un posible contagio. Si los que me rodean lo usan, me están protegiendo a mi del contagio. Si guardo la cuarentena, estoy protegiendo al sistema de salud de un posible colapso. Es importante entenderlo y cuidarnos entre todos, con disciplina y responsabilidad.
A pesar de lo anterior, se podría reducir el contagio y la mortalidad si aumentan las campañas de prevención y sensibilización a toda la población. Se debe hacer énfasis en que los empleadores pueden cuidar a sus trabajadores, porque ya muchas empresas exigen el desplazamiento al lugar de trabajo, por lo cual es necesario que los protocolos de bioseguridad sean asumidos con estricto rigor.
Por estos motivos, exhorto a que el sector público y privado cuiden su activo más preciado: los trabajadores. No cabe duda de que la “normalidad” como la conocíamos, no regresará en mucho tiempo, por lo menos hasta que la vacuna llegue a Colombia. Es la hora de ser disciplinados, constantes y perseverantes. Todos debemos asumir una cuota de sacrificio, sobre todo por la vida de nuestros ciudadanos más vulnerables.