En política se impuso la preocupación por lo concreto, lo inmediato, lo personal. Atrás quedaron los grandes debates sobre visiones del mundo y de modelos de desarrollo, al calor de los enfrentamientos entre capitalismo y socialismo, entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Los chalecos amarillos franceses con todo su activismo no están por la toma de La Bastilla ni por derribar la monarquía, ni los italianos por restablecer el fascismo musoliniano o los alemanes el social nacionalismo hitleriano. Y en nuestro hemisferio, la situación venezolana con todo su dramatismo no es, aunque algunos lo pretendan, una lucha entre bloques políticos sino por el control económico tanto de materias primas, en este caso el petróleo, como del endeudamiento y la inversión en el país hermano.
En el escenario internacional, prima el dinero y no las ideas; el afán es por controlar economías nacionales y no por impulsar cuando no imponer, un ideal político. Es el poder al servicio de un interés económico nacional o de grupos. Y mientras que se desarrollan esas luchas nacionales, el ciudadano libra su combate diario por conservar el empleo y el ingreso, obtener una vivienda, que sus hijos tengan educación y su familia acceso a los servicios de salud y a un entorno de vida seguro, donde la amenaza es la delincuencia y no fuerzas extranjeras o subversivas de un orden al cual ese ciudadano desea incorporarse para beneficiarse de él.
El punto está en que el discurso político vigente está en otro cuento, del cual está ausente esa cotidianidad concreta que cuestiona y motiva al ciudadano; se profundiza el foso entre las personas del común y los políticos, y la política como tal pierde legitimidad y razón de ser. Ese es el caldo de cultivo donde pelechan los discursos de los populistas, que le prestan atención a las pequeñas y concretas aspiraciones de la gente.
Los nuevos lideres, incluso en países como Italia y Alemania no son políticos profesionales sino ciudadanos movilizados por su insatisfacción con lo presente, muchos de ellos jóvenes, procedentes de organizaciones diversas de la sociedad civil, que tienen claro que no pueden esperar a que la vieja política los atienda y responda. Realizan un trabajo continuo, cercano e informal con los ciudadanos, con sus vecinos, para plantear los problemas o situaciones que les molestan o preocupan y buscarles rápidamente una solución. Las preocupaciones son concretas: la recogida de las basuras, fallas en el servicio de transporte, las amenazas en el parque y la inseguridad en las zonas de comercio, los jíbaros rondando los centros, los equipos de sonido estridentes, la invasión del espacio público... El secreto de estos nuevos políticos está en atender a las personas, apersonarse de su asunto y hacer que se le preste atención y ojalá que sean solucionados por los responsables.
En Colombia esto es prioritario para superar tantos años de enfrentamientos que mucho destruyeron y que nada aportaron. Toca empezar a sintonizarse con los problemas reales de la gente que no se alejan de la corrupción cotidiana; la inseguridad en su entorno de vida y, sobre todo entre los jóvenes, el deterioro de la naturaleza y del medio ambiente nueva amenaza para la vida personal y la de los suyos.
De ahí la importancia de las elecciones regionales de octubre y la necesidad de que el debate y la polarización nacional en torno de la paz, no se las tome, que terminaría distrayendo el debate sobre temas cruciales, aunque parezcan pequeños, fundamentales para la vida cotidiana de la gente.