El informe de la Policía Nacional, que da cuenta sobre el hallazgo de 50.000 armas blancas en requisas realizadas en Bogotá durante un mes, nos suministra un indicador de la proporción de un enorme problema que se ve a diario en las calles de las principales ciudades de Colombia, en donde cualquier conflicto termina en amedrentamiento grave, en lesiones personales o en asesinato, debido a la disposición de los transeúntes que deciden salir a la calle provistos con un arma enfundada en sus bolsillos.

Esta estadística nos debe mover a prender las alarmas, para emprender severas y constantes campañas que permitan decomisar estos peligrosos artefactos, pues quién los porta, seguramente es porque está dispuesto a utilizarlos en el menor inconveniente que tenga, cuando no para emplearlo de manera dolosa para el atraco a mano armada.

La violencia en las calles es el pan de cada día en los escenarios citadinos y las consecuencias fatales las vemos todos los días registradas en los medios de comunicación, como comprobante del tormento a que se ven sometidas todas las personas que tienen que abordar la calle para el cumplimiento de sus actividades cotidianas.

La seguridad ciudadana se logra con la implementación de dos objetivos: La elevación de la cultura de los habitantes y la vigilancia rigurosa y constante de las autoridades para impedir que se utilicen prácticas ilícitas y fines delincuenciales.

El individuo armado en la calle, resulta ser una peligrosa amenaza y en la medida en que este escenario se incremente, el ciudadano común estará cada vez más expuesto de verse involucrado en un acontecimiento fatal, atentatorio contra su propia vida.

Las ciudades tienen que defender a toda costa su tranquilidad, la calidad de vida de sus habitantes y el bienestar derivado de salir a disfrutar de un espacio público de manera desprevenida y con la tranquilidad que debe significar el ambiente que lo está rodeando.

Cuándo será aquel tiempo en que podamos abordar una calle sin tantas precauciones y sin tantos miedos, en donde sea posible identificar a cualquier persona en el camino como un individuo de bien, y no como un presunto agresor. La tarea es larga y hay que dimensionarla en sus reales propósitos. (Colprensa)