Para quienes tuvimos profesores bien intencionados pero poco conocedores de matemáticas y ciencias en la Educación Media que creían que las primeras eran simplemente resolver los problemas de un libro y las segundas, aprenderse de memoria unos modelos a los que se le daba carácter de realidad física y unas leyes que no se entendían pero que aparecían en los exámenes, las razones por las que los galardonados con el Premio Nobel en Física recibieron este reconocimiento máximo podrían ser incomprensibles y nos tendríamos que contentar con la interpretación de algunos periodistas que reproducen la descripción que les proporciona la academia sueca.
Cuando llegamos a la Universidad, muchos descubrimos que las matemáticas y las ciencias son bellísimas disciplinas que tenemos la oportunidad de cultivar durante toda la vida. Es fundamental que como sociedad entendamos la importancia que reviste una buena formación científica y matemática en el niño, que le permita entender la manera como las grandes preguntas se concretan en forma de edificios matemáticos, como el que construyó Albert Einstein cuando propuso su teoría general de la relatividad.
Nos cuenta la revista de divulgación científica Scientific American que fue precisamente una niña, Andrea Ghez, quien se adentró desde la escuela secundaria en el estudio las matemáticas y la física, y de manera obsesiva logró que Hilton Lewis, director de un complejo sistema de telescopios diseñado para otros fines, se concentrara en vigilar un punto del espacio: A* en la constelación de Sagitario, para comprobar la existencia del agujero negro de nuestra galaxia.
En esta búsqueda de varias décadas la acompañó el investigador alemán Reinhard Genzel usando otro sistema de telescopios. Entre los dos demostraron la existencia del agujero negro que se encuentra en nuestra galaxia y han compartido varios premios por ese trabajo que ahora recibe una mitad del Premio Nobel.
Los agujeros negros fueron propuestos en los años 30 del siglo pasado como aquellas estructuras en el universo cuya masa es tan grande que ni siquiera la luz puede escapar de ellas. De ahí el nombre que les puso John Wheeler en 1967, ya que los objetos que no irradian luz son negros.
Quien propusiera por primera vez una ‘singularidad’, es decir, que la esencia del agujero negro es comprimir la masa de cuatro millones de soles en un volumen cercano a una bolita de cristal, de las que los niños usan para jugar, fue el matemático inglés, Roger Penrose, quien recibió la mitad del valor monetario del premio como reconocimiento a lo fundamental de su descubrimiento.
Trabajando en la teoría general de la relatividad, llegó a la conclusión que de ser cierta, era necesario que existiera una singularidad en los agujeros negros. Stephen Hawking, en el último año de su doctorado, oyó una conferencia de Penrose y le propuso a su tutor, el brillante astrofísico Dennis Sciama que ampliara la singularidad de Penrose al universo. Su tesis doctoral fue demostrar esta aplicación que permitió una asociación Penrose-Hawkins que solo terminó con su muerte.
Prácticamente todos los descubrimientos, incluyendo la demostración de que el Big Bang fue una singularidad, fueron un trabajo conjunto que hizo que Wheeler dijera al New York Times que, de haber vivido, Hawking habría compartido con Penrose el Premio Nobel.
Estas cuatro vidas nos enseñan que si nuestros niños y jóvenes se apasionan por las matemáticas y la física, también pueden hacer un descubrimiento que cambie nuestra concepción del universo.