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Los viudos del ajedrez
La historia de estos desolados nómadas del tablero se repite en otras parroquias de la aldea global.
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Viernes, 27 de Agosto de 2021

Desde que empezó la pandemia andan sin saber de dónde son vecinos. Se miran al espejo, palimsesto de caras, y no se encuentran. 

Les hace falta el maná del ajedrez; añoran un jaque, extrañan un mate, un enroque, el gambito de dama. Por sus rostros los conoceréis. Asumieron la cara de  Subuso para expresar su perplejidad ante la imposibilidad de estrecharse de nuevo el esternocleidomastoideo. Todo se redujo a prosaico codazo. 

Los viudos del ajedrez de  la Biblioteca Pública Piloto se turnan para pasar por la entrada a mendigar el ingreso. Con cara de malas pulgas,  Covid-19 les dice que no. 

Son diez los caballeros: todos aman el ajedrez, la mujer y el vino. “Lo hemos pasado bien, con la nostalgia de las tardes en la Piloto”, admite el líder de la logia, Roberto Bustamente. El Señor, le decía el campeonísmo Óscar Castro.  

Como me admitían de pato, los conozco como la gitana conoce el futuro. La historia de estos desolados nómadas del tablero se repite en otras parroquias de la aldea global.

Sus edades oscilan entre los 60 y los 78 años. De niños, visitaban el Bosque de la Independencia, hoy reencarnado en Jardín Botánico, vandalizado por bárbaros (con el perdón de los bárbaros). Disparar contra el Jardín es como disparar un misil contra una paloma. 

Hace tiempos “caminan lerdo”. Los viudos son disciplinados, entusiastas, siempre con la sonrisa a media asta por lo de la pandemia. Madrugan a ver si el país se acabó con el paro y a verificar si el virus se evaporó para retomar el abrazo. 

“Todos tenemos que pasar por la vacuna. Nos hace falta vernos, reunirnos, jugar,  tertuliar”, insiste el Señor con ternura de abuelo. 

Su majestad el wasap opera como cordón umbilical que los une como niños de kínder al atravesar una calle. La semana vale la pena por el martes cuando procuran repetir virtualmente la agenda que tenían mientras la Piloto permanecía abierta como un bostezo. 

Se nutren de internet para mantener y avivar la pasión por el fantástico juego del que dijo el cubanísimo Capablanca: No saber jugar ajedrez es como no haber hecho nunca el amor. Los viudos recomiendan links como Lichess.com y ajedrez.21. O chessbase.com.

El orden del día incluye  estudio de partidas magistrales, combinaciones, finales, problemas, biografías, torneos en marcha. Antes redondeaban la faena con una tertulia amiguera, maridada con cerveza y empanadas. Y a casita a poner los pies en agua caliente con sal. 

“Cantamos, reímos y hasta lloramos”, remata Bustamente con quien hice tablas en un torneo para proustáticos convocado por el maestro Emilio Caro, quien mantiene vivo el sectarismo por el ajedrez. (Caro estuvo casado con una manizaleña de padres alemanes que se instalaron en la capital caldense en plena guerra mundial, Ilse Guggenberger, primera gran campeona nacional de ajedrez).

Le pregunto al Señor qué les ha enseñado la pandemia: “Hemos aprendido a apreciarnos más, a valorar más este magnífico espacio de juego, ciencia y arte”.  Enrocamos largo, y cada uno a su respectiva jurisdicción.  

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