Es verdad de Perogrullo que, cuando no se trata de autocracias, un gobernante se elige para que cumpla su periodo constitucional, salvo la falta absoluta por fallecimiento o la renuncia irrevocable. Además, es de suponer que el soberano o el cuerpo constituido eligen a su candidato de un abanico de supuestos presidenciables porque tienen la formación académica, el recorrido vital en la arena política y el apoyo de su pueblo o las mayorías en el Parlamento, según el caso, como en Colombia o el Reino Unido - Cámara de los Comunes -, respectivamente.
A propósito del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, el pasado 6 de septiembre fue elegida la exministra de varias carteras ministeriales, Elizabeth “Liz” Truss, a quien parece que maduraron en papel periódico durante un par de días, como decía Alberto Santofimio Botero en 1982, refiriéndose al entonces candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, dando a entender que aún estaba biche para ocupar el solio de Bolívar. Sólo 45 días duró en el número 10 de Downing Street - la residencia oficial - la primera ministra “Liz” Truss, todo porque llegó con el ánimo de jugar a ser la nueva “Dama de hierro”, la nueva Margaret Thatcher, pero errores de cálculo y torpeza política dieron al traste con sus aspiraciones, por ejemplo, al pretender bajar considerablemente los impuestos para luego endeudar al país, lo que terminó enloqueciendo la moneda.
Desde que tengo uso de razón recuerdo primeros ministros ingleses, como James Callaghan, por allá a finales de los años 70, del siglo XX, y hoy, buscando algo de su biografía, encuentro que se le recuerda como el único político que ha ocupado las “Grandes Oficinas del Estado”, lo que en Colombia llamaríamos Ministerio de Relaciones Exteriores, del Interior y de Hacienda. Tan solo que allá esos Ministerios se desempeñan sin el folklore nuestro. Jamás he escuchado que los ingleses hagan feria de consulados y embajadas con “diplomáticos” improvisados, como se estila en Colombia, para sostener la coalición congresional. Hasta nuestros propios cancilleres caen en la colada.
De manera que la caída de la primera ministra inglesa se da porque fue producto de la improvisación de sus copartidarios y la inexperiencia política de ella, no obstante haber desempeñado cargos gubernamentales de importancia. Decisiones económicas equivocadas y el “fuego amigo”, el de sus propios copartidarios o aliados, provocó que la defenestraran.
No creo estar tan descarriado si entrelazo la situación inglesa con la nuestra al pensar que otro tanto puede suceder en nuestro país, a nivel ministerial, porque cuando escuchamos en la radio al presidente de la República examinar crítica y públicamente el trabajo de su ministro de Hacienda - es decir, fuego amigo -, olvidando que deben ser aliados en unas funciones nada gratas - porque es el encargado de conseguir “la lana”, como dicen los mexicanos -, es fácilmente previsible que esa relación pronto terminará mal, y a lo mejor el señor ministro José Antonio Ocampo renunciará intempestivamente con una misiva elegante, porque él es un señor.