Una de las modas repugnantes, heredadas de los asesores gringos, es el de la encuestas de favoritismo de los candidatos a los diversos cargos en las que nadie sabe, con excepción de los que las pagan, cuál es la verdad de las cifras, tanto así que desaparecido jefe conservador, Álvaro Gómez, decía que se parecen a algunos productos de salchicherías, que son muy sabrosos, pero no se saben de qué están hechos.
Y eso sí que es verdad en la actual campaña electoral colombiana, donde ocurre curioso fenómeno: el financiador de una encuesta aparece una semana en el primer lugar y a la siguiente baja al segundo o tercer sitio.
Eso produce un obvio resultado: a la vuelta de unas pocas semanas nadie sabe cuál es la verdad y le toca echar a la suerte el nombre del candidato por el cual depositará su voto.
Ya ha pasado en varias ocasiones y este fenómeno ha producido absurdo resultado, al punto de que uno de los favorecidos con esa lotería fue el alcalde Gustavo Petro, a quien la elección le cayó tan de sorpresa como si se hubiera ganado el mayor de navidad, en otros tiempos el gordo más gordo, tan gordo que la mayoría de los colombianos aspiraban a él para salir de pobres, comprar casa y finca, carro último modelo y montar un negocio bien lucrativo, algo así como una pirámide de esas que sacaron de pobres a varios como David Murcia, quien está preso en Estados Unidos.
Una pregunta que siempre me hago es si las encuestas son producto del favoritismo de un candidato, o si el favoritismo de un candidato es el que produce las cifras de las encuestas.
La respuesta solo la conocen los encuestadores, que se enriquecen con el dinero que les sacan a los candidatos, que no son cualquier cosa. Tanto que el valor de los estudios de favoritismo es una de las cifras más grandes en una campaña.
La evidencia de las diferencias en las encuestas se conoció en estos días con la publicación de los estudios realizados por dos de las más conocidas encuestadoras: Ipsos y Cifras y Conceptos, ésta de propiedad de exdirector del Dane.
La primera le otorga 30 puntos en la disputa por la alcaldía de Bogotá al inefable Enrique Peñalosa, derrotado cinco veces, si mis cuentas no me fallan, y 14 puntos a la representante del Polo, Clara López Obregón, sobrina del expresidente Alfonso López Michelsen, quien tiene el respaldo de la izquierda, ganadora en tres oportunidades seguidas del segundo cargo del país, y quien en Cifras y Conceptos tiene 21 puntos, un empate técnico con Rafael Pardo. Las cuentas no me cuadran. ¿O sí?
¿Cuál es la solución? Ya hay normas al respecto pero esa no es la solución porque las encuestas son tan necesarias en este momento como en su momento lo fueron la compra de votos, o el traslado de votantes de un pueblo a otro. Una idea que me gusta para el arreglo del problema es el de las dos vueltas para la elección de gobernadores y alcaldes, así como ocurre en las presidenciales. O algo más: establecer una auditoría independiente que examine las cifras. Sin embargo, en Colombia se sabe que hecha la ley, hecha la trampa. A la semana los tramposos habrán ideado una fórmula para evadir los controles. Pero algo es algo.