Estamos acostumbrados a leer en los periódicos lo que algunos expertos, y otros no tan expertos, columnistas debaten acerca de la eficacia, la eficiencia y la seguridad de las vacunas contra la COVID-19. Algunos llegan a asegurar que la seguridad de una vacuna solo se puede comprobar después de 10 años de estar siendo aplicada.
Otros hablan de estudios científicos doble ciego y otros previenen de posibles problemas varios años después de vacunarse. Hay para todos los gustos. Las vacunas que actualmente están disponibles para la influenza, por ejemplo, tienen una efectividad de un año y se deben repetir al siguiente.
Para que mis lectores puedan tener una mejor oportunidad de comprender estos debates, quiero compartir en términos sencillos unos principios básicos acerca de las vacunas y cómo funcionan. No utilizaré términos técnicos y simplificaré procesos complicados pero, siendo riguroso en los conceptos, espero que las explicaciones sean claras y fáciles de apropiar.
Primero que todo, nuestro organismo reconoce moléculas extrañas y trata de destruirlas. Para hacerlo, desde el nacimiento y hasta la segunda década de vida, entrenamos a unas células que llamamos linfocitos, esto es, células de la linfa, para que reconozcan patrones en las secuencias de bloques que constituyen harinas, proteínas, ácidos nucléicos o grasas y distingan entre las secuencias propias y las que puedan ser de agentes infectantes.
Este aprendizaje se hace en el timo, que es una glándula activa hasta la segunda década de vida y en células especializadas del intestino. A los linfocitos que van al timo, los llamamos linfocitos T. Por otro lado, a los que van a la pared intestinal, los llamamos linfocitos B. Cuando entra un cuerpo extraño al organismo, por ejemplo un virus, los linfocitos T reconocen que es extraño y reclutan linfocitos B para que se multipliquen a montones rápidamente y produzcan anticuerpos.
Pensemos en un balón de fútbol hecho con muchísimos parches todos desiguales. Esa sería una proteína. Los linfocitos solo reconocen parches. Una vacuna contra tantos parches desiguales dura por décadas. En cambio, el balón de ácidos nucléicos o poliazúcares estará hecho de cuatro o cinco tipos de parches, todos parecidos entre sí. Una vacuna contra este tipo de balón duraría entre uno y un año y medio, como es el caso de la vacuna contra la influenza.
En el caso de las vacunas contra el SARS-CoV-2, se están desarrollando 79 tipos. Las que hasta el momento han sido aprobadas y se están aplicando son las de Pfizer-BioNTech, Moderna y Sputnik5, las dos primeras contra RNA y la tercera, contra un adenovirus. Tienen diferentes requisitos de refrigeración; las dos últimas con refrigeración normal. La de Oxford-AstraZeneca, también contra el ácido nucléico, no ha sido aún aprobada, a pesar de que fue la primera en mostrar efectividad.
En cuanto a vacunas contra proteína, está en fase final la de Novavax de EE. UU. y Medicago de Canadá. Estas dos últimas, que parecen muy prometedoras, están en fase 3. EE. UU. ha invertido miles de millones de dólares en Novavax y Moderna y el presidente Trump ha pedido que sean rápidamente aprobadas.
Para la aprobación se requiere una eficiencia superior a 90% y que no se presenten problemas adversos en la población que la recibe. Estos criterios, hasta ahora, solo los cumplen Pfizer-BioNTech, Moderna y Sputnik 5. Fervientemente espero que la de Novovax complete todos los criterios pronto, porque ésta sería similar a las vacunas que se aplican rutinariamente en la niñez y evitaría tener que vacunarse cada año.