La semana pasada apareció un nuevo ranking del Times Higher Education (THE) que muy posiblemente no será comentado en los medios colombianos más importantes, porque no aparece ninguna universidad colombiana dentro de las 200 universidades de mayor reputación en el mundo.
Para este ranking, THE con la colaboración de la empresa de análisis de información global Elsevier, invitó a científicos con alta producción científica de 132 países y les pidió que listaran las que a su juicio, eran las quince mejores universidades del mundo. Se contabilizaron las 11.000 respuestas recibidas y se elaboró el ranking de acuerdo con el número de veces que una universidad había sido mencionada.
A diferencia de muchos otros rankings que utilizan criterios objetivos, éste es un ranking de percepción. La percepción que una persona tiene de un determinado fenómeno depende de su experiencia, de las creencias compartidas con personas de sus mismas características y de su conocimiento mayor o menor acerca de dicho fenómeno. La percepción está, pues, muy lejos de ser objetiva.
El ranking de THE no presenta muchas sorpresas en los primeros lugares y seguramente nosotros tenemos percepciones similares. Las cuatro mejores universidades del mundo son Harvard, MIT, Oxford y Cambridge. Pero lo que llama la atención al recorrer la lista completa es que ninguna universidad española, brasilera o latinoamericana se encuentra entre las cien mejores universidades del mundo. Más allá de las cien, encontramos a la Universidad de Barcelona, más abajo la de Campinas, la Complutense de Madrid y mucho más abajo las de Buenos Aires y México.
Lo que llama la atención es que nuestras universidades no son percibidas como tal por los científicos más importantes. Se reconocen fundamentalmente las universidades norteamericanas, inglesas, europeas, chinas, coreanas y japonesas. ¿Por qué las españolas y latinoamericanas no?
Se me vienen a la mente las palabras de D. Miguel de Unamuno, quien a principios del siglo XX afirmaba que el ethos español tenía que ver con las más altas condiciones del espíritu. De ahí su famoso “que inventen otros.” Aunque un poco más cercano a la realidad social, Ortega y Gasset nos dejaba un esbozo de una universidad humanista. Los piedracielistas de principios del siglo XX abrazaban el lema “Sacrificar un mundo para pulir un verso”, cuando Panamá se separaba de Colombia mientras Marroquín terminaba su inmortal “La perrilla”.
Hasta hoy, nuestros industriales mantienen la convicción de que es más barato comprar patentes que tener laboratorios de investigación y desarrollo propios, que produzcan nuestra propia tecnología. Aún para nuestros gobernantes, solo lo que venden las casas comerciales extranjeras es absolutamente confiable. Todo lo que se haga en Colombia es sospechoso de ineficiencia, improvisación o falta de eficacia y se debe someter a nuevas pruebas por institutos que no tienen siquiera el personal suficiente para llevarlas a cabo de manera independiente.
¿Es extraño que los científicos extranjeros no tengan una percepción adecuada de nuestras universidades, cuando nuestra sociedad tampoco la tiene? ¿No será que como país nos minusvaloramos?
Que hay esfuerzos por cambiar esta situación, es innegable. La creación del Minciencias es un compromiso con el futuro. Pero manejamos un círculo vicioso: somos pobres y por eso no podemos progresar y no podemos progresar porque somos pobres. Como prueba, el monto que se le dio a Minciencias dentro de la Ley de Presupuesto en términos de valor constante es menor a lo de hace 10 años. Esta desfinanciación no se subsana con recursos de regalías que no contemplan financiación para investigación fundamental sin la cual no podrá desarrollarse la innovación a largo plazo.
Pero, en medio de esta oscuridad hay destellos de luz, como mostraron los recientes premios de la Academia Nacional de Medicina a la investigación básica con aplicación clínica que se les otorgaron a investigadores de las Universidades de Antioquia, Nacional y Javeriana quienes demostraron que los resultados básicos son aplicables a la clínica.