La semana pasada se publicó el Índice de Bienestar Financiero en Colombia realizado por la Banca de las Oportunidades. Solo cuatro de cada diez personas reciben suficientes ingresos para sobrevivir y dos de cada diez, están atrasadas en atender sus obligaciones financieras. El 22,5% de los encuestados no podría hacer frente a un gasto imprevisto con sus actuales ingresos, lo que implica que ante una emergencia, todo lo referente a la canasta familiar se desbalancee y se incrementen los números de los que no tienen suficiente para hacer tres comidas diarias. Los mejores niveles de bienestar financiero los tienen los hombres entre los 18 y 24 años de edad, se mejora con la educación y son mayores entre quienes tienen título universitario.
Para completar el panorama, debemos señalar que, en 2021, 227.000 familias compraron vivienda nueva aprovechando el programa Mi Casa Ya, que se convirtió en política de Estado y trascenderá este Gobierno; y se hicieron más de un millón de traspasos de vehículos familiares nuevos y usados, en ambos casos, mostrando que hay voluntad de tomar créditos y hay acceso a recursos para atender la demanda.
Pero también nos encontramos con una inflación desbocada, que es global y compartimos con países desarrollados. Una de las funciones básicas del Banco de la República es controlar la inflación, y en eso han hecho un trabajo admirable. Pero una serie de circunstancias locales, entre otras el paro, y mundiales se conjugaron en 2021 para sumar un 5,61% para el país, muy por encima de la meta fijada por el Banco. Y Cúcuta, con exagerado incremento de precios, fue la segunda peor librada con 8,69%. Si bien el salario mínimo se incrementó en un 10,05%, la realidad es que a nivel general esto también implica un aumento en los precios que hace nugatorio el aumento y no cubre al 69% de los informales de nuestra ciudad.
El problema con el que nos recibe el 2022 es estructural. Con un índice de Gini, que mide la desigualdad y era de 0,537 en abril de 2021, quizás de los más altos del mundo, en Cúcuta tenemos una proporción mucho menor de gente con educación y algún tipo de trabajo que le permite cubrir sus necesidades, y una inmensa mayoría que se debate entre la pobreza y la pobreza extrema. A ambos les afecta igualmente la inflación, pero los más pobres no pueden adquirir los insumos más caros.
En redes sociales se manifiestan las angustias de los que se debaten en la pobreza, sin que esto llegue a los periódicos o los programas de opinión que hablan fundamentalmente de cifras estadísticas, pero no de dolor, angustia y desesperanza. Por el contrario, lee uno la interpretación de lo que está pasando como el resultado de una política que para algunos, es la única correcta y para otros, totalmente equivocada. Es muy difícil entender el porqué de opiniones formadas aún en contra de la evidencia real. Arthur Schopenhauer en El arte de tener siempre la razón decía que: "La dialéctica erística es el arte de disputar de modo que uno siempre tenga la razón por medios lícitos o ilícitos". Los hechos no importan; lo que importa es lo que yo creo acerca de esos hechos. Lo que propone el gobernante puede ser bueno; pero si yo no estoy de acuerdo con él, necesariamente será malo o por lo menos inviable. Si los organismos internacionales denuncian excesos de la fuerza pública salgo a atacarlos por estar politizados. Schopenhauer se pregunta: "¿Cuál es el origen de esto?” y se contesta: “La perversidad natural del género humano".
No estoy de acuerdo con Schopenhauer y creo más bien con Rousseau que el hombre nace bueno y es la sociedad la que lo corrompe. Para impedir que se convierta en perverso, tenemos que educar al niño. Y esto les corresponde a la familia y a los maestros. Pero, ¿permitirá nuestro sistema de educación que esto suceda?