Reconozco que siempre he procurado obtener, leer y releer todas las obras de Jaime Buenahora Febres-Cordero. Y él lo sabe. Creo que esa es la razón por la que la quinta edición de su obra El proceso constituyente de 1991, actualizada y aumentada, me la hizo llegar amablemente. Difícil condensar en un artículo tanta literatura política imprescindible contenida en un texto de 453 páginas. Por ello comentaré cosas puntuales.
Acabamos de salir de varios bicentenarios - Grito de Independencia, Batalla del Pantano de Vargas y de Boyacá, Constituyente de Villa del Rosario y la expedición de la Constitución de 1821 – y nos encaminamos a la celebración del bicentenario de la Convención de Ocaña, la de 1828, a la que desde ya, por razones políticas, partidistas o regionales, se le quiere restar importancia, siendo que tuvo el poder de “desaparecer” una Carta que era rey de burlas y que nadie acataba por la “Pérdida de legitimidad institucional”, “Separatismo de Páez”, “Desavenencias entre Bolívar y Santander” y el “Clima de anarquía” que se vislumbraba en lontananza, que son las razones que consigna Jaime en su estudio. Luego de la disolución de la Asamblea constituyente Bolívar consideró que la salida institucional era un gobierno fuerte y temporal. Ello provocó la expedición del célebre Decreto Orgánico de la Dictadura. De manera que, agrego yo, para hacer un examen objetivo de los hechos tenemos que aprender a desmitificar a algunos “próceres” de la Independencia a los que Henao y Arrubla les ocultaron sus defectos y encumbraron en exceso.
Hace 43 años, el 9 de abril de 1978, junto con mi padre y el padre del historiador Jorge Meléndez Sánchez, coincidencialmente veíamos entrar al presidente Alfonso López Michelsen a la iglesia San Francisco, donde se celebró la famosa Convención. Era la celebración del sesquicentenario. Ayer, desde la casa de la familia Ibáñez, antepasados del presidente López, donde hay un restaurante al que asistí luego de un acto de graduación, observé la colonial y célebre iglesia, que está muy bien cuidada, esperando a propios y extraños, partidarios y opositores para celebrar el Bicentenario en 2028.
Otro aspecto interesante del libro de Jaime es su Balance de la Constitución de 1991, luego de treinta años de vigencia. El autor se hace una pregunta válida en relación con lo consignado en la Carta y lo que se ha realizado: ¿Por qué existe brecha tan ancha entre sus postulados filosóficos y la actual realidad económica y social? De mis clases de derecho constitucional recuerdo que el profesor francés André Hauriou habla en su libro de la distancia entre la promesa de la norma y la dura realidad que la niega. Jaime Buenahora responde la pregunta diciendo que son dos ejes que se complementan y explican las distorsiones de la Carta de 1991: uno económico, otro político. En el primer caso habla de presiones internacionales a los gobiernos para imponer políticas que en nada ayudan a la comunidad y favorecen el capitalismo salvaje; en el segundo caso, el político, el fundamento lo ubica en el reciclaje de las costumbres políticas tradicionales. Nada que hacer.
Felicito a Jaime por esta reedición de su obra. Es un profesional nortesantandereano muy estudioso que hoy se desempeña como profesor y director académico de la Maestría en Global Affairs, de la Universidad Fairleigh Dickinson, en EE. UU.