El próximo domingo los colombianos iremos a las urnas a depositar el voto por el candidato de nuestras preferencias, como debe ser, y no por el que nos impongan. Esta será una reyerta electoral decisiva, donde está en juego dos estilos de vida: uno que te permite aplicarte, producir y asegurar un futuro para tu núcleo familiar, y otro que te asegura que ello no es necesario porque el Estado satisfará tus necesidades. Este último tiene término fijo, porque al eliminar la libertad de empresa los recursos económicos se agotan.
La época de los dos partidos tradicionales, donde, es cierto, importaban los personajes contendientes y el partido político que los cobijaba, pero que en el fondo no había diferencia porque, ganara el que ganara, liberal o conservador, nadie temía, porque, por ejemplo, nos garantizaban el derecho de propiedad privada y la libertad de expresión, ya pasó. A esa era de felicidad, comparada con la de hoy, se le dio cristiana sepultura en 1991, y, como en la carrera de relevos, esta que vivimos, la que recibió el testigo o testimonio de la generación anterior, vive un período de zozobra y angustia, porque es una contienda eminentemente ideológica y, por ende, polarizada y agresiva.
En esta campaña presidencial hemos visto desfilar candidatos de todos los colores y sabores. Algunos tienen propuestas serias, otros con apariencia de serios son folclóricos y tratan de conquistar al electorado con disparates y sin sonrojarse. Otros lanzan propuestas con apariencia de realizables y el constituyente primario, así posea un mínimo de cultura política, sabe que debe entender lo contrario.
Quién no recuerda al abogado y escritor panameño Ramón Fonseca Mora. Hace doce años Fonseca Mora publicó una novela que llamó “Míster Políticus”, recomendable en Colombia por estos días, donde destaca los males que han llevado a la política criolla y a sus cultores al peor nivel de descrédito: mentiras, medias verdades, máscaras atildadas para ganar el favor de los electores, alianzas de conveniencia, etc., señala el autor. En la contraportada de la novela se lee que es una radiografía contemporánea acerca de un sistema que colapsa, y nos llama a reflexionar sobre las acciones que debemos emprender como personas y como sociedad cuando aún queda tiempo, muy poco tiempo, para para enderezar un sistema que nos garantiza sosiego, seguridad jurídica y democracia. Democracia imperfecta, es cierto, pero preferible a cualquier otra opción.
Hace algunos meses acompañé al doctor Jaime Buenahora Febres-Cordero a una reunión política y durante su intervención, con tacto y prudencia, repitió a los potenciales electores del candidato que apoyaba: “Ni populismos de derecha ni de izquierda: reflexión”. Sí, mucha reflexión para no tener que lamentar el día de mañana.