A este extremo hemos llegado. Desperdiciamos al segundo país más rico hidrológicamente por nuestra gestión ambiental nefasta y ahora con el agua al cuello, perdón a los tobillos, debemos apagar incendios, incluso literalmente, con medidas aunque necesarias, en su mayoría inmediatistas.
Seguramente habrá un componente universal que afecta el problema y en el que nuestra gestión como país poco puede hacer, diferente a promover las medidas acerca del calentamiento global, en un mundo arrastrado por la feroz competencia industrial que no se compromete seriamente con la disminución de gases de invernadero.
Localmente, nos engañamos en el “gota a gota, el agua se agota”, desconociendo que en nuestro planeta tierra y atrapada por la fuerza gravitacional, el agua perdida es despreciable. Cosa diferente, es que cambie su distribución en el mundo, dada la variación de temperaturas que origina la de las corrientes de aire que la arrastran y por el cambio en las superficies que la recogen. Este último factor, en donde entra más en juego las medidas locales.
Precisamente, fuimos el segundo país con mayores reservas hídricas porque nuestras cordilleras contaba con extensas superficies de páramos con vegetación dispuesta a capturar el agua de las corrientes de aire, aquí sí de gota a gota. También porque nuestras cuencas en bosque, retenían el agua lluvia a manera de micro represas que sumaban seguramente más que las pretendidas represas artificiales.
Desde hace mucho nos dedicamos a destruir este regalo de la naturaleza, nosotros, nuestros padres, nuestros abuelos y toda una columna de ascendientes que nace en las joyas de conquistadores que llegaron a América con la avaricia y sed de destrucción y exterminio, característica que en parte aún conservamos. Afortunadamente ya estamos empezando a tomar conciencia, ya nos negamos a la explotación de oro en nuestro páramo de Santurbán, prefiriendo la verdadera riqueza, el agua. Ya empezamos a reconocer que el medio ambiente no puede ser sólo el cuento, el romanticismo, la lúdica, sino que debe ser parte esencial en nuestra educación, obras civiles, salud, servicios públicos, justicia y demás gestiones a nivel de ciudad, departamento y país.
Si es que la situación amerita bañarnos dentro de un balde o hacerlo con un trapo húmedo o incluso no hacerlo como el propuesto día sin agua, lo haremos pero sin resignarnos y aceptarlo. No podemos asumir la posición derrotista de dar por acabadas nuestras fuentes de agua, sino comprometernos personalmente y acompañar y solicitar a nuestros gobernantes los programas que hagan posible su conservación y rehabilitación.
Todos debemos adoptar las mejores prácticas para que usando confortablemente el agua lo hagamos eficientemente. Ciudades como la nuestra deberán seguir acondicionando sus redes y su manejo para disminuir los desperdicios, complementando las inversiones que se hacen a través de tarifas con un programa contundente de recursos del estado. Acondicionar la normatividad legal para castigar a los fraudulentos y obligarlos a pagar el total del daño causado. Evitar el establecimiento de zonas de alto riesgo y abolir definitivamente el impedimento para la prestación de servicios en la ya establecidas, que lleva a mayores pérdidas del preciado líquido. Reforzar las mejores prácticas en el uso agropecuario, conocedores que en dicha actividad se consume más del 70% y que como lo ordena la ley, se debe priorizar el uso doméstico que consume tan sólo el 10%. De poco servirán los esfuerzos en el ahorro en el consumo humano, si no acompañamos al agro a adaptarse para ser más eficientes.
En cuanto al rescate de las fuentes de agua, se deberá revisar la inversión con programas coordinados y permanentes como los propuestos en el Fondo del Agua. Pero sobre todo, la permanente educación al ciudadano, persiguiendo su compromiso nacido de su identificación como ser Universal, componente y determinante de la suerte de nuestro planeta.
Revisemos las medidas a tomar hoy, evitando injusticias como el castigo a quienes consumen más de 32 m3 que afecta en su mayoría a los más pobres por ser los de mayor densidad poblacional. Pero sobre todo, aceleremos los remedios buscando en el largo plazo restituir a la naturaleza lo que le hemos arrebatado, buscando que en el futuro no tengamos que sufrir las consecuencias que enfrentamos hoy.