Hablando del arquetipo educativo que debemos superar, tenemos que tener en cuenta varios aspectos, todos ellos relacionados. Tricia McLaughlin de la Facultad de Educación del Royal Melbourne Institute of Technology de Australia afirma que “la mayoría de las profesiones tratan cada caso individual en forma diferente – cada paciente de un médico tiene un plan individualizado de tratamiento –. La Educación no debería ser diferente […] el viejo modelo de enseñanza-aprendizaje igual para todos es anacrónico y no tiene sitio en la agenda para la educación futura”. Pero nuestro arquetipo educacional es precisamente lo contrario: una camisa de fuerza que tiene que servir para todos, supervisada eficazmente por el Ministerio de Educación.
En lo que se refiere a la universidad, la educación del futuro debe tener en cuenta que las carreras de hoy ya no serán las del mañana. Y es aquí donde encontramos la primera falla. La estructura de aseguramiento de la calidad requiere que cualquier nuevo programa que se proponga al Ministerio de Educación debe ser justificado en términos de necesidad, existencia de otros programas con igual nombre a nivel nacional o internacional y un estudio de mercadeo como base. Estas condiciones implican que es muy difícil que se apruebe una nueva carrera máxime, cuando dicho estudio de mercadeo se refiere a algo totalmente desconocido evaluado sobre percepciones y no hechos.
El arquetipo se basa en la premisa errónea de que todos los niños que entran a la escuela primaria deberán entrar a la universidad. Pero, según la directora de calidad para la Educación Preescolar, Básica y Media del Ministerio de Educación “de 100 niños que ingresan al primer año de educación, 44 terminan la Educación Media y solo 1 de cada 3 bachilleres hace un tránsito inmediato a la Educación Superior”.
En esto hemos logrado avances muy importantes. A principios del siglo XXI el Gobierno propuso aumentar la cobertura a 55% de los jóvenes en edad de acceder a la Educación Superior. A pesar que no se llegó a esa cifra, nos aproximamos bastante. En 2018, según cifras del DANE, había 10.020.294 niños matriculados, 9,9% en Preescolar, 43,1% en Básica Primaria y 47,1% en Básica Secundaria y Media. Para ese mismo año, la matrícula universitaria era de 1.557.000 y la de tecnólogos y técnicos de 676.000. Estas cifras a primera vista son muy satisfactorias. Pero la universitaria se concentraba en las áreas de administración y contaduría 32%; ingenierías 28%; ciencias sociales y humanas 17%; ciencias de la educación 8%; ciencias de la salud 7%; bellas artes 3%; matemáticas y ciencias naturales 2%; agronomía y veterinaria 2%. A lo anterior tenemos que añadirle el estudio de Sergio Fernández: “De cada 100 jóvenes en Colombia, 52 acceden a la Educación Superior […]. De esos 52, 30 entran a la universidad, 15 a la pública y 15 a la privada, 8 se gradúan en la pública y 8 en la privada, 5 conseguirán empleo y solo uno se va a pensionar”. Estas últimas circunstancias reclaman cambios en el arquetipo educativo.
Todos los estudios coinciden: para que un país salga del subdesarrollo requiere fortalecer las ciencias básicas. Pero solo el 2% de nuestros estudiantes se forman en esta área. Y para un país esencialmente agrícola es desalentador que únicamente el 2% se formen y contribuyan a la investigación e innovación en esta área fundamental para el país. Por el contrario, una tercera parte de los estudiantes están en el área de administración y un número casi igual, en las ingenierías.
Este arquetipo educativo solo mantiene el arquetipo social colombiano y perpetuará la desigualdad socioeconómica. Los jóvenes no ven posibilidad de una vida digna dentro de este arquetipo y de ahí su indignación y su protesta pacífica que en Cúcuta ha sido ejemplo para el país.