Parafraseando a Marcel Roche, quien fuera director del otrora ejemplo para América Latina de lo que puede ser un centro de pensamiento e investigación, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) cerca de Caracas, perdido hoy entre las víctimas de un socialismo que ni es socialismo ni es del siglo XXI, quiero decir que la cultura es la manifestación de las preocupaciones y acciones de un pueblo.Escribía yo hace más de treinta años en Trends in BiochemicalSciences que la ciencia es ajena a la cultura latinoamericana. No se trata de Colombia; se trata de toda Hispanoamérica. Es famosa la frase de Miguel de Unamuno, filósofo español del Siglo XX y rector de la Universidad de Salamanca, en uno de sus diálogos:“ROMÁN.- Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó. SABINO.- Acaso mejor”.
Así pues, en Colombia estamos condenados a copiar o a comprar lo que inventan los ciudadanos de los países desarrollados, porque hizo carrera entre nosotros el falso dilema entre las humanidades y las ciencias. “Sacrificar un mundo para pulir un verso”, era el lema de los piedracielistas de principios del siglo pasado, y el poeta Marroquín perdía a Panamá mientras describía la forma como la perrilla que hoy pudiéramos identificar con nuestro sufrido pueblo y sus más de 10 millones de votos, que tampoco pudo cazar al “maldito jabalí” de la corrupción politiquera.
Pero esto no fue siempre así; basta recordar que a los filósofos presocráticos de Mileto les desveló la pregunta básica, aún no resuelta, de “¿de cuál es la naturaleza fundamental del universo?”. Un oscuro filósofo indú, Kanada, enseñaba que el universo está compuesto de partículas indivisibles. Leucipo, filósofo griego itinerante, le oyó en uno de sus viajes por el mundo de entonces y fue su discípulo, Demócrito, quien se inmortalizó al escribir que el universo estaba hecho de partículas eternas e indivisibles, que en griego se llaman átomos (a, partícula negativa; tomein:dividir).
A medida que quienes buscan la sabiduría, es decir, los filósofos se dedicaron unos a las preguntas especulativas y otros continuaron buscando la esencia de la materia, de nosotros mismos como entes biológicos y del universo que nos rodea, a estos últimos se les conoció como filósofos naturales, que hoy se llaman científicos. Pero su quehacer sigue siendo la pregunta ¿de qué estamos hechos?,¿cómo las diferentes partes de nuestro ser a nivel molecular, organísmico y sistémico se comportan en salud y enfermedad?,¿de qué está hecho el universo a nivel macro y a nivel cuántico y qué leyes son las que gobiernan sus interacciones? Como se puede ver, son las mismas preguntas que los filósofos se han venido haciendo desde que el hombre utilizó su capacidad de asombro para hacerse preguntas fundamentales.
Es desafortunado que en Hispanoamérica se haya ignorado la filosofía natural hasta hacernos creer que el civismo, la ética, la honestidad, la literatura, la música y las humanidades son expresiones diferentes a las de la filosofía natural y que tenemos que, como apareció en algún editorial, preocuparnos por enseñarlas, antes de enseñar la ciencia y la tecnología.
Otra vez volvemos al “¡que inventen otros!” de Unamuno, sin darnos cuenta que este es realmente un falso dilema. El civismo y la ética se enseñan con el ejemplo; la urbanidad no es otra cosa que la concreción en la práctica del civismo. Y la ética no es otra cosa que la concreción del ethos, es decir, la forma de vida y relaciones interpersonales que adopta una sociedad. La pregunta que uno se hace es:¿Cuál es el ethos de la sociedad colombiana? La sociedad colombiana no podrá sobrevivir a la competencia económica global sin ciencia y tecnología propias.
Nuestro propósito como sociedad debería ser superar los falsos dilemas y de la mano del civismo, de la ética y de nuestra cultura humanística, introducir en nuestra cultura colombiana la ciencia y la tecnología, que nos permitirán la competitividad y el desarrollo económico, fundamentales para una sociedad con por lo menos sus necesidades básicas satisfechas y con seguridad alimentaria para todos.