Cuando hablamos de vida extraterrestre, tenemos que preguntarnos ¿de qué estamos hablando? Perseverance está tratando de averiguar si alguna vez hubo vida en Marte. Pero ¿qué es vida? Normalmente no nos hacemos esta pregunta porque somos conscientes de que estamos vivos.
Ya Descartes lo había puesto en términos filosóficos: cogito ergo sum; toda vez que soy capaz de pensar racionalmente, existo. Y para ser y pensar, tengo que estar vivo. Pero cuando pensamos en vida extraterrestre, la situación no es tan simple. Lo primero que nos viene a la cabeza son individuos como nosotros, a pesar de que pudieran tener formas diferentes: un zorro o un hombre con cabeza de león como en Star wars. Esto tiene que ver con vida inteligente. Pero ¿la vida tiene que ser inteligente para ser vida? La respuesta claramente es no.
Si consultamos el Diccionario de la lengua española (DLE), se define vida como “fuerza o actividad esencial mediante la que obra el ser que la posee”. El más respetado diccionario de la lengua inglesa, el Diccionario Webster nos da tres acepciones, “a. La cualidad que distingue a un ser vital y funcional de un cuerpo muerto. b. El principio o fuerza que se considera como la cualidad distintiva de los seres animados y c. Un estado organísmico caracterizado por su capacidad de metabolismo, crecimiento, reacción a estímulos y reproducción.” Las dos primeras son similares a las del diccionario español, lo que nos lleva a afirmar que vida no es un concepto absoluto, sino que se define en función del que la posee. Es algo que tienen los seres vivos. La tercera acepción del Webster permite precisar cuáles son las características de los seres vivos.
Propongo que las resumamos diciendo que un ser vivo tiene una barrera que separa el medio ambiente del medio interior: membrana, pared en bacterias o plantas, piel en organismos animales; que tiene mecanismos para interactuar con el medio exterior y obtener de él nutrientes y devolver excretas; que tiene un mecanismo que le permite la reproducción y una maquinaria metabólica que aprovecha la energía de los nutrientes.
De todos ellos, el fundamental es la reproducción. Por algo Richard Dawkins, en su libro el Gen egoísta, proponía que individualmente somos simplemente un vehículo para pasar los genes de progenitores a nuevos individuos.
Estas reflexiones surgen al cumplirse veinte años de la publicación de la primera versión del genoma humano. Esa versión mostraba que solo una muy pequeña parte tenía que ver con codificación de proteínas estructurales y funcionales.
En estos veinte años hemos buscado refinar ese conocimiento para tratar de detectar secuencias que estén asociadas con enfermedades, con la respuesta a los medicamentos, con la efectividad de tratamientos y últimamente, con la manera como el SARS-CoV-2 interactúa con receptores y cómo las mutaciones, pueden o no alterar esas interacciones. La metodología desarrollada en estos veinte años permite detectar secuencias de millones de bases contiguas, lo que antes era imposible.
Pero todavía queda mucho por averiguar y podrán ser décadas antes de que conozcamos totalmente el genoma humano. Hoy no tenemos idea del papel de cientos de secuencias en los centrómeros que unen los cromosomas. Hay secuencias repetitivas que no sabemos qué hacen. No conocemos qué secuencias controlan la expresión de un gen particular.
Nos acercamos a la medicina genómica, pero todavía estamos lejos de poder utilizarla rutinariamente. Estamos en una aventura embriagante de descubrimiento. Lograr correlacionar los genomas de los patógenos con nuestro propio genoma será la medicina científica del futuro. Esperemos que la espera sea corta.