Entre diálogo y diálogo, sainete y sainete, mentira y mentira, sin darnos mucha cuenta volvimos al 19 de julio de 1.810 cuando no nos mandábamos, no dictábamos nuestras leyes, ni nos juzgaban jueces nuestros. Junto con el Peñón de Gibraltar, Guantánamo o Las Malvinas, hoy somos una colonia. El grito de independencia y la Batalla de Boyacá, se dieron para nada. ¿No es una tragedia o una locura?
Pues llámela como quiera. Pero así es. Ni el más infeliz país del África tiene nuestra condición.
Un poco escéptico, y hasta indignado, usted dirá que tenemos un Congreso que sigue dictando leyes, por malas que parezcan. Pues no. Ese Congreso que tenemos no produce las Leyes. Se limita a aprobar las que prepara una tal Comisión de Seguimiento, sin cuya anuencia no puede el Congreso expedir una Ley válida. Pero al menos, me dirá usted, el Presidente tiene poderes de legislador a través de Decretos que dicta con ese valor y alcance. Pues ni siquiera eso. Los Decretos del Dictador que tenemos y de cualquier Presidente que elijamos, no son válidos sin la aprobación de la Comisión que se anota.
No me había dado cuenta de semejante barbaridad, protestará usted. Pero esa Comisión de Seguimiento, ¿no es nuestra? No señor. Esa Comisión está integrada por tres representantes del Gobierno y tres de las FARC. Ya tenemos empate, al menos, me dirá. Pues no, señor. Porque la dicha Comisión está compuesta, además, por delegados de 4 países, que dirimen cualquier controversia y hacen la mayoría: Noruega, Chile, Cuba y Venezuela mandan en Colombia, dictan las leyes que debemos respetar, son dueñas de ese tesoro que desde un francés llamado Bodino se llama la Soberanía.
Pero si no hacemos nuestras leyes, tampoco las aplicamos. Los que dicen el Derecho, los jueces, serán nombrados desde ahora por otra Comisión de 5 miembros, compuesta por una farmaceuta, un Magistrado de la Corte Suprema y tres extranjeros, comunistas los tres, un peruano, un español y un argentino.
Ningún país del mundo toleraría semejante afrenta. Pero una Colonia sí. Esta Colonia en que nos convirtieron.
Pero hay algo más. Dicen que como resultado de ciertas conversaciones de las que no quiero acordarme, las FARC aceptaron que al menos los magistrados y jueces elegidos por esos extranjeros, fueran colombianos. Pues ni eso. Porque dejaron a salvo los “Amicus Curiae” así en latín, porque los asesinos y narcotraficantes saben latín, amigo querido.
Y qué son los Amicus Curiae, me preguntará usted. Pues ya ni existen en el mundo, salvo en esta Colonia en la que nacimos usted y yo. Son amigos del Magistrado, que tienen el derecho a pasarle en ciertos papeles mágicos las indicaciones de cómo deben dictar sus fallos. Y esos Amigos del Tribunal, sí pueden ser extranjeros.
Veo su cara descompuesta por la sorpresa y la rabia. Tarde, amigo mío. Ni hacemos nuestras leyes, ni elegimos nuestros jueces, ni dictamos libremente nuestras sentencias. Como antes de la Batalla de Boyacá, sí señor.
Es muy curioso que este tema no haya sido debatido ahora, cuando muchos de los que votamos por el NO lo hicimos movidos por la indignación que nos producía este intento de colonización tardía. Pareciera que ahora no importara nada. Tal vez. ¿O será que atravesamos uno de esos momentos de engañosos silencios, preñados de espantosas tormentas, que llaman los marinos de la calma chicha? Tal vez.