El sueño de convertir a Norte de Santander en una despensa nacional e internacional de caña de azúcar duró 23 años. Coopecaña, una iniciativa que nació con 30 agricultores el 23 de junio de 1993, está hoy en proceso de liquidación.
Las deudas y el tener a la Central Azucarera del Táchira (Cazta) como su único cliente, se transformaron en un cáncer que de a poco fue llevando a la cooperativa hasta su muerte. Las tres personas que conforman el equipo de trabajo de la Cooperativa de Cañicultores del Río Zulia (Coopecaña), tienen la única tarea de negociar con los bancos y vender los activos de asociación para ponerse al día.
En total, los compromisos crediticios con los bancos suman $532 millones (más de $400 millones al Banco Agrario y el restante al Bancolombia) los cuales se utilizaron en compra de maquinaria y adecuación de las cosechas, además de $327 millones que se le deben a los asociados por concepto de aportes sociales.
Luis Alfonso Potes, un vallecaucano socio fundador de Coopecaña, que asumió como gerente Ad Hoc de la cooperativa para el proceso final, explicó que la idea es vender las cuatro máquinas, algunos implementos agrícolas y la sede de El Zulia.
Sin embargo, la venta de los activos para pagar deudas podría suspenderse si la central azucarera –empresa del gobierno de Venezuela– le pagará a los productores, los 458.649 dólares que les deben en facturas de 2013 y 2014.
Cazta ¿buen o mal cliente?
Coopecaña, como en su momento Agrozulia, dependía de los negocios que se desarrollaran con Cazta, en Ureña, que les compraba todo la cosecha. En su mejor momento, alcanzó a vender 73.173 toneladas, en 2004.
Las relaciones comerciales con la central se mantuvieron a buen ritmo hasta 2009, cuando el intercambio bajó a 25.468 hectáreas y ya en 2010 la cifra fue de cero toneladas. En los siguientes años, la crisis de la economía venezolana y las dificultades en la frontera llenaron este negocio de incertidumbre, cerrando en 2013 con 6.165 toneladas.
Sin negar que hubo momentos muy buenos, se entró en una mala racha donde nada salió bien, explicó Potes. “Todo empezó con el deterioro de las relaciones entre los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez, después llegó el invierno y dañó las cosechas, Cazta cambió de dueño y, por último, el cierre de las vías”, explicó el gerente, que alcanzó a tener 13 hectáreas sembradas con caña y ahora las tiene arrendadas a los arroceros.
Esta situación se repite en cada uno de los cañicultores, quienes, agobiados por las deudas, arrendaron sus terrenos a otros productores o se dedicaron a cosechar otros productos, con el único propósito de pagar los préstamos que adquirieron a través de la cooperativa y que suman más de $400 millones, casi los mismos que se le debe a los bancos.
Con 37 socios de los 100 que alcanzó a tener y solo un par de hectáreas sembradas en caña de las 1.000 que existían, Coopecaña llega a su fin.
En el libro de los deseos de los productores queda la planta para la producción e etanol, prometida por el presidente Uribe, los planes de innovación para diversificar productos y clientes, y los compromisos de estabilidad comercial de Cazta.