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Una noche de matanza en La Gabarra
Hace 25 años, en este corregimiento de Tibú se vivió un episodio aterrador con la llegada de los paramilitares.
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Cristian Herrera
Lunes, 26 de Agosto de 2024

En La Gabarra, un corregimiento de Tibú, con más de 10.000 habitantes y que está a cinco horas de Cúcuta, es difícil borrar las heridas y el sufrimiento que han tenido que sobrellevar durante más de dos décadas. Aunque los residentes intentan no mirar hacia atrás, a la gran mayoría de ellos se le dificultad no hacerlo.

Lo ocurrido la noche del 21 de agosto de 1999 marcó dramáticamente la historia de esta población, pues en esa fecha las extintas Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) cometieron una masacre. Según las autoridades, 36 personas fueron asesinadas, aunque algunos aseguran que la tragedia fue mucho mayor, con más de medio centenar de campesinos muertos.


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“Algunos cuerpos los dejaron tirados en diferentes puntos del pueblo, pero otros fueron lanzados al río y también se llevaron a muchas personas con vida, que nadie los volvió a ver. Esa masacre fue la más dura que tuvimos que vivir acá”, así lo narra un campesino de esa zona del Catatumbo.

Veinticinco años después de aquella aterradora noche, La Opinión regresó a esa población, donde parece que el tiempo transcurre lentamente y el progreso se resiste a llegar con fuerza. Las condiciones en las que vive la mayoría de sus habitantes siguen siendo precarias, y los grupos armados ilegales aún persisten; ahora son el Eln y la disidencia del Frente 33 de las Farc quienes imponen su poder.

La gran mayoría de las calles de La Gabarra siguen cubiertas de piedras y tierra. Solo dos vías han sido arregladas y eso por cuenta de la Asociación de Juntas (Asojuntas), que rebuscó el dinero, y con apoyo de la comunidad, las pudo recuperar con cemento, porque es muy probable que el pavimento tarde muchos años más en llegar.

A esto se suma lo tortuoso que resulta llegar a este corregimiento enclavado en el corazón del Catatumbo, rodeado por enormes montañas verdes. La vía que parte desde el sector La Ye, en la vereda Astilleros (El Zulia), está cubierta de asfalto a retazos, algo ilógico para una zona tan rica en petróleo, minería, agricultura, ganadería y pesca.

Precisamente para evitar que se olviden las víctimas de aquella atroz noche de sábado, organizaciones campesinas como Ascamcat y defensoras de derechos humanos conmemoraron los 25 años de la primera masacre que marcó no solo a ese pueblo, sino a toda la región de Norte de Santander. El acto se realizó el pasado miércoles.

Con una frase resumieron su sentir: “La horrible noche cesó, pero su pueblo jamás olvidó”. Para quienes fueron testigos de lo sucedido o sobrevivieron a esa arremetida paramilitar, es difícil hablar sin que una lágrima escape de sus ojos. Tanto sus corazones como su alma quedaron marcados de por vida.

El relato de un ‘profe’

Entre todos esos recuentos y relatos que se escucharon hace cinco días en el polideportivo de esta población, sobresalió uno, el de un docente que para el día de la masacre, se encontraba tranquilo en su casa y al escuchar las explosiones y las ráfagas de fusil, corrió a esconderse debajo de la cama, con su esposa.

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Se trata de Pedro Buitrago, quien en esa época daba clases a los niños de primaria en el único colegio que tenía La Gabarra. Sin embargo, después de la masacre, la institución educativa cerró sus puertas y no las volvió a abrir hasta mayo de 2000. “Ese día todo parecía normal, pero a las 8:00 de la noche se fue la luz en todo el pueblo, quedamos a oscuras. De inmediato comenzaron a escucharse varias explosiones y luego las seguidillas de disparos. Los paramilitares comenzaron a matar a todo aquel que tuvieran al frente”.

Agregó: “Yo estaba en mi casa y al escuchar eso, corrimos con la mujer a escondernos debajo de la cama para que no nos mataran. Eso parecía una película de terror. Fue algo horroroso. Gracias a Dios hoy podemos contarlo”.


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Quienes para ese entonces estaban en el pueblo, vieron que varios camiones llegaron llenos de gente uniformada, como si fueran soldados, pero los habitantes tenían claro que ninguno de ellos pertenecía a esa institución del Estado, pues ya sabían que esa era la caravana de la muerte de las Accu que les habían anunciado que pronto llegaría a La Gabarra, pero que no esperaban que fuera ese día.

“Precisamente la gente se había despreocupado un poco y por eso volvieron a venir al pueblo. El último mes fue de mucha tensión. Se escuchaba que los paracos ya habían cometido otras masacres cerca, pero se llegó a creer que la guerrilla no los dejaría entrar a La Gabarra”, comentó otro habitante de esa población.

Y es que desde el 29 de mayo, los paramilitares iniciaron su arremetida sangrienta en el Catatumbo, una región a la que llegaron provenientes del Urabá, pasando por varios departamentos hasta llegar a Norte de Santander. Todo ese viaje lo hicieron en camiones, buses y camionetas, con alrededor de 150 hombres armados hasta los dientes. Todo ya estaba arreglado con la Policía y el Ejército, sus principales cómplices.

Pero para poder llegar a este corregimiento, conocido por ser un fortín del narcotráfico, los paras decidieron aislarlo por vía terrestre. Un mes antes, se tomaron los caseríos, como Socuavo, Carboneras, Palmas y Vetas, entre otros, que está sobre la carretera que va desde el casco urbano de Tibú hacia allí, dejando una huella sangrienta.

“Los paracos entraron al pueblo con un listado en mano, en cada negocio o casa llegaban preguntando por la gente y pidiendo cédulas, así fueron matando uno a uno. Algunas personas que trataron de defenderse y gritaban que no eran guerrilleros, también les daban bala. Eso fue algo terrible”, señaló el docente.

Las escenas que se dieron esa noche en la población fueron estremecedoras y horrorosas. Unas de las más desgarradoras, recuerdan varias personas, quedaron afuera del Hotel el Río y alrededor de la cancha de fútbol. Del pequeño hospedaje que está detrás de la iglesia católica y la estación de Policía, sacaron a cinco personas y luego de hacerlas arrodillar, a cada una le dieron un tiro de gracia en la cabeza. Los cadáveres quedaron en la entrada del lugar.

“Pero adentro del hotel también mataron a un señor, quien quedó tendido en la cama, mientras que a su mujer la dejaron sentada en una silla. Por las calles lo que corría era sangre. Pues por donde uno caminaba, encontraba cuerpos, especialmente por donde están los bares y algunos restaurantes”, manifestó el profesor Buitrago.

Pasadas las 9:00 la noche, de ese 21 de agosto de 1999, según versiones, los fusiles se silenciaron y poco a poco los paramilitares se replegaron hacia las afueras de La Gabarra, esperando la reacción del Eln, las Farc y el Epl, que para ese entonces se encontraban por esa zona.

“Cuando la plomacera se acabó, salí de debajo de la cama, pero con qué ganas se iba uno para la calle, como a las 5:00 de la mañana, le dije a la mujer que iba a ver qué sucedió. Cuando llegué a la cancha de fútbol se podía ver mucha gente tirada en el suelo. Todos estaban muertos. A unos les dispararon, mientras que a otros les dieron como hachazos en la cabeza, por lo menos en la pesa, donde mataban el ganado, la sangre de las reses se revolvía con la de las personas” sostuvo el profesor.

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Entre los desaparecidos, Buitrago recuerda que una mañana un grupo de paramilitares agarró a un señor que vendía pescado cerca del colegio, a quien conocían como ‘Rampuche’, y no lo volvieron a ver.

“Ese día, agarraron a ‘Rampuche’ y se lo llevaron a la fuerza, es más, a él se le cayeron las sandalias y las fue a recoger y no lo dejaron. Le pegaron una patada y lo subieron a un carro. De ahí no volvimos a saber nada de él”, dijo el docente, quien ha tratado de borrar de su mente esas espantosas imágenes, pero no lo ha logrado.

Y la complicidad entre paramilitares y autoridades era tan fuerte que, según recuerdan algunas personas, un general del Ejército llegó y reunió a varias personas en la cancha de fútbol. Les dijo que no fueran tan mentirosos, que en La Gabarra no había desaparecidos y que los muertos no los estaban tirando al río.


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Los sobrevivientes de esa barbarie aseguran que los paramilitares fueron llegando poco a poco con sus familias a quedarse con las viviendas de muchas de las víctimas o si les gustaba algún inmueble amenazaban a las personas para que se salieran y así poder quedarse con ellos.

“Los paracos se quedaban con lo que querían, llegaban armados y preguntaban de quien era un carro, una moto, una casa o un negocio, y si les gustaba le decían a la gente bueno se van de acá porque esto ya es de nosotros. Así fue como se adueñaron de grandes establecimientos y nadie le podía decir algo, porque lo mataban o desaparecían”, contó otro sobreviviente.

Añadió: “conocimos casos donde los paramilitares mataban a los hombres de las casas y se quedaban con las mujeres e hijas. A ellas les tocaba hacer lo que les dijeran porque las tenían amenazadas, eso fue de lo peor”.

Y a partir de esa noche terrorífica, La Gabarra permaneció bajo la sombra de una violencia sanguinaria. Día tras día se producían hechos que nadie podía comentar. Solo quedaba observar y soportar. De no hacerlo, la alternativa era huir hacia Venezuela o Cúcuta, como hicieron cientos de personas por miedo.

Así llegaron los paras

Luego de la desmovilización de 1.425 miembros de las extintas Auc, ocurrida a finales de 2004 en una finca de Campo Dos (Tibú), se conocieron muchos más detalles de cómo se dio toda esa arremetida paramilitar que dejó miles de muertos y desaparecidos.

Armando Alberto Pérez, alias Camilo, quien era el jefe militar del Bloque Catatumbo, fue el encargado de comandar esa barbarie.

Dentro de las audiencias de Justicia y Paz, los desmovilizados fueron contando quién los trajo a Norte de Santander y cómo hicieron alianzas con la Fuerza Pública para ganarle la guerra a las guerrillas del Eln, las Farc y el Epl.

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Carlos Andrés Palencia González, alias Visaje, narró en una audiencia que el arribo de los paramilitares estaba totalmente “cuadrado” y que por eso varios camiones, buses y camionetas partieron con al menos 150 hombres armados hasta los dientes, desde Córdoba y Urabá, y luego de recorrer 700 kilómetros llegaron a Norte de Santander, sin que alguna autoridad evitara que eso sucediera.

Salvatore Mancuso y otros comandantes de las autodefensas también han declarado que, para este grupo, en cabeza de Carlos Castaño, era vital la conquista de Tibú.

Y, según una declaración de ‘Piedras Blancas’ a Justicia y Paz, entre esos paramilitares venía un grupo llamado Los Azules, que fue enviado directamente por Salvatore Mancuso para que se encargara de todo lo concerniente al negocio de la droga.

De ese grupo se conoció que estuvo comandado por alias Marcos Gavilán (Roberto Vargas Gutiérrez).


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“Entramos 60 hombres a La Gabarra. También iba el grupo de Los Azules. Ellos venían de Córdoba. El comandante de ellos era Marcos; iban uniformados de azul y eran como 30 hombres que supuestamente se encargaban de la droga. Yo conocí  a ‘Marcos’, a ‘Alex’, ‘Pocopelo’, ‘Jeringa’ y ‘Computador’. Ese grupo se la pasaba en Finca Bonita, que era una finca de un man que le decían el Policía”, esto se lee la declaración de ‘Piedras Blancas’.

Pero hoy, 25 años después de esa arremetida, aún persiste el dolor de cientos de familias que no saben qué pasó con sus seres queridos. Muchos de ellos fueron desaparecidos o los asesinaron y los dejaron en fosas o los tiraron al río Catatumbo que bordea a La Gabarra.


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