Las envejecidas manos danzan entre el barro arcilloso y, como si se tratara de una coreografía, van dando forma a tiestos, moyas, jarrones, móviles, y toda clase de figuras.
En esa faena han pasado la mayoría de sus años. Celina Granados, Alicia Ferrer, José Ángel Suárez, Benita Cañas, Lucía Cáceres y Víctor Manuel Conde se han curtido, se han ajado y sacado callos de tanto preparar y amasar barro. Ese arte lo heredaron de sus ancestros en Cácota, municipio enclavado en la cordillera de los Andes. Y solo quedan ellos. Son los últimos alfareros de mostrar porque algunos de sus descendientes han preferido dar el salto al exterior en busca de otros horizontes y otros han optado por incentivar el turismo ecológico aprovechando los exóticos parajes que bordean la laguna del Cacique que hace parte del páramo de Santurbán.
Víctor Manuel Conde cumplió 45 años de ser artesano. Aprendió desde muy niño amasar barro viendo a su mamá María Natividad Durán. Hoy exhibe en su casa la variedad de productos que moldea con la arcilla en su taller donde también dicta clases a los turistas.
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Siente nostalgia al ver que en su familia se acabaron los herederos de este arte milenario, que se remonta a los indígenas. Su hijo ‘no quiere untarse de barro’ y ha centrado su energía en las cabañas para albergar a turistas. Sin embargo, él continúa, sin las mismas fuerzas, extrayendo el barro de fincas que distan cinco kilómetros. “Antes lo regalaban. Ahora lo venden”. Y es un suelo bendecido, único para la alfarería. “Es una tierra arcillosa, roja, que se deja manejar, después de reposar en unos potes, durante dos meses y pisarla unas cuatro horas sobre un cuero de res. Se le agrega un poco de arena de piedra para que pueda soportar el calor de los hornos, de la candela”.
Y esa alerta de los alfareros en vía de extinción ha servido para que se incluyan en los programas de los fines de semana que se activan con las visitas de los que llegan de la mano del operador de turismo Visit Cúcuta que los traslada en cómodos buses desde Cúcuta, con guías especializados.
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En Cácota, los turistas después de admirar las artesanías que se venden en pleno corazón, se trasladan en grupos, en unas camionetas hasta la entrada del sendero de piedras que conduce a la laguna del Cacique. Allí los guías aprovechan para narrar las historias que se tejen alrededor del pueblo y como si se tratara de las estaciones del viacrucis se hacen paradas frente a cada monumento convertido en mitos y leyendas. Y bajo una temperatura que no supera los diez grados se escala unos tres kilómetros hasta encontrar el ‘tesoro escondido’.
Los forasteros se conectan con la naturaleza y recorren los alrededores de la laguna del Cacique entre pinos y frailejones. Y contemplan su belleza desde unos miradores de madera.
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Subidos en botes pueden, también, disfrutar de punta a punta su dimensión escuchando también historias increíbles vividas por los guías, como Fernando Villamizar, quien va remando con la misma tranquilidad que se respira en ese ojo mágico de agua. La laguna lo ha hecho inspirar en versos que va recitando mientras conduce el bote lleno de turistas ávidos de escrudiñar los secretos guardados por años. A lo lejos se divisan carpas bien dotadas para el que prefiera pasar una noche entre la naturaleza y así poder descargar el estrés de una semana de trabajo y recargar energías.
Los turistas al regresar al pintoresco pueblo fundado por Otún Velasco,y de unos 3.122 habitantes, los espera el Taller Casa de Barro con las puertas abiertas para aprender a moldear una moya o vasija. Edwin Flórez, quien heredó el arte de su bisabuelo, abuelo y tía dice que pertenece a la quinta generación, comprometido, por medio del turismo, a rescatar la alfarería. Y por ello dicta el taller a los visitantes que llegan con el operador Visit Cúcuta. Él ha nutrido su aprendizaje con el Sena y con instructores de Bucaramanga que imprimen otras técnicas modernas y maneja la unidad productiva para innovar. En su taller enseña untándose de barro y en el centro del pueblo en una gigante moya, exhibe las figuras precolombinas y de animales para que se las lleven de recuerdo.
La migración
Camilo García, quien desde hace tres años es guía turístico de Visit Cúcuta es consciente del crecimiento de ofertas en el exterior y asegura que los jóvenes “no quieren quedarse amasando arcilla, sino migrar”. Y lo dice con certeza porque cuatro de sus compañeros viajaron a trabajar a Estados Unidos. El uno motiva al otro y así sucesivamente. “Están fascinados con esa nueva experiencia de vida que les da otra alternativa para mantener a su familia”. Pero Camilo continúa promocionando a su natal Cácota para que los turistas vengan y conozcan, además, las bondades de la arcilla que usan los alfareros.
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