Las peticiones
El presidente de la Junta de Acción Comunal de Pueblo Nuevo, Edgar Sanjuán, adelanta la gestión ante el gobernador de Norte de Santander, Silvano Serrano Guerrero, y el secretario de Cultura, Juan Carlos Uribe Sandoval, con el fin de remediar la situación.
Solicita un diagnóstico para dictaminar el estado actual del templo. Igualmente se avance en la gestión de recursos para la restauración, tal como se relaciona en el documento plan integral de reparación colectiva y con trazabilidad directa al Plan de Desarrollo Departamental.
“Se continúe con ese proceso que contribuye a la divulgación de los lugares que tienen potencial turístico en la región de Ocaña, entre los cuales se identifica al centro poblado.
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Finalmente conocer las orientaciones en cuanto a las actuaciones preventivas desde su despacho o elevar esta consulta a un órgano de control con mayor responsabilidad. Es importante que desde la Procuraduría para el proceso de paz y pos conflicto, la Defensoría del Pueblo, la Unidad de Atención y Reparación Integral a las Víctimas y la Unidad de Restitución de Tierras Abandonadas y Despojadas en el marco del Conflicto armado colombiano tengamos un acompañamiento efectivo”, puntualizó.
La historia
La Academia de Historia de Ocaña, ha reseñado sobre Pueblo Nuevo como un corregimiento de tradición.
“Es uno de estos lugares que, históricamente, ha sido escogido para el descanso de nuestras gentes.
Personas amables y laboriosas habitan esta parte de Colombia que antaño fuera epicentro de las artesanías elaboradas con fique que, actualmente, tratan de revivirse por parte de una Asociación de mujeres tesoneras”, agrega el escritor Luis Eduardo Páez García.
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De acuerdo con los datos consignados por monseñor Manuel Benjamín Pacheco, en su Monografía Eclesiástica de la Parroquia de Ocaña, en 1728 la Real Audiencia de Santa Fe adjudicó los terrenos del sitio denominado “Potrero Chico”, a don Jerónimo Romero. El lugar, considerado por los vecinos de Ocaña como saludable, permitió entonces el establecimiento de algunas viviendas de recreo, las cuales comenzaron a construirse con mano de obra indígena. El caserío creció rápidamente, y ya para 1735 existía como uno de los lugares preferidos para vacacionar. Su nombre cambió en este mismo año, por el de Pueblo Nuevo de San Andrés.
Años más tarde, se presentaron algunas disputas entre los moradores del caserío con don José Barbosa Amarís Pedroso, quien impedía la pastura de ganado, corte de leña y el uso de las aguadas comunes. El Alguacil Mayor de Ocaña, don Joaquín José Rizo falló en beneficio de los indígenas, prohibiendo rozar las faldas de la cordillera por el peligro de incendio que pudiera ocurrir a las viviendas.
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