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De las plazas a oficios varios: la vida hoy en día de una cuadrilla de toreros
Nortesantandereanos piden mayor espacio para que se permita seguir con su cultura.
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Oscar Andrés Olarte
Óscar Andrés Olarte
Categoría nota
Lunes, 17 de Octubre de 2022

German Jáuregui, Carlos Mario Alzate y Omar Díaz Rodríguez son una cuadrilla de toreros, picador y banderillero, respectivamente, que hoy en día se dedica a diferentes oficios debido a las restricciones para la realización de corridas de toros, circunstancias que los tiene pidiendo el indulto para no dejar morir la tradición española en las plazas del país.

En diálogos con  La Opinión, la cuadrilla analiza la situación económica de las personas que vivían del mundo de los toros, y no solo de los toreros, empresarios, banderilleros o picadores, sino los encargados de las taquillas, vendedores e impulsadores de una cultura que parece estar condenada a su desaparición.


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“Si los toros se acaban, debe ser por la inercia natural del toreo, que si el señor no quiso ir a los toros, así nosotros los empresarios nos cansamos de perder plata y nos vamos a otro negocio. Nosotros necesitamos 90 familias en una corrida de toros en Chinácota, entre areneros, banderilleros, toreros, porteros, taquilleros, y los indirectos que son los vendedores de sombreros, paletas y muchos más”, dijo el empresario Fernando Sánchez.

Precisamente, la última corrida en Chinácota se hizo el 18 de agosto de 2019 con un cartel de lujo: con Ramsés Ruiz, la torera colombo-mexicana Rocío Morelli, con toros del mismo Juan Fernando Caicedo.

Conozca a qué se dedican algunos de los protagonistas de las plazas de Toros de Norte de Santander.


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El torero que se la rebusca en oficios varios

En el casco urbano de Bochalema habita ‘El Samán de América’, German Orlando Jáuregui Contreras, quien por estos días se dedica a labores de construcción, plomería y jardinería debido a la falta de corridas de toros que hay en Norte de Santander, donde principalmente se presentó en sus buenas épocas como torero.

Jáuregui cuenta que desde los 13 años comenzó su amor por los toros, en una improvisada plaza de madera que solía instalarse en el parque principal del municipio, en donde mostró los dotes que aprendió junto al empresario Jairo Cadena, en entrenamientos que compartió con varios toreros de gran envergadura de la región.


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“A mí el toro me dio muchas cosas, como una familia muy linda, yo toreé mucho en Bucaramanga y el sur de Bolívar, pero también tuve la oportunidad de presentarse en las plazas principales del país como las de Bogotá y Medellín”, cuenta Jáuregui mientras le brillan sus ojos al repasar las fotos en donde inmortalizó los momentos.

En sus inicios, Jáuregui se ganaba $75.000 por torear en una corrida, pero tras ir adquiriendo experiencia y entrenar en Bogotá, además de ir subiendo en el escalafón, se llegó a ganar hasta $1.500.000, que hace algunos años era una cifra significativa para el mundo de los toros.

Debido al incremento de los movimientos anti taurinos, quienes han promulgado que la fiesta brava es más una tortura que un arte, las corridas de toros se han ido restringiendo en el país, y Norte de Santander no es la excepción, haciendo que cada vez sea más difícil ejercer un oficio en el que el toro de Lidia es el protagonista.


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Aquí en Norte de Santander se han caído mucho las corridas, ahorita íbamos a San Martín de Loba, pero las restringieron, estamos esperando que no se termine la fiesta brava porque hay mucha gente que vive de eso, ya las ferias no son como antes que eran seguidas, ahora son poco a poco”, comenta.

Precisamente en San Martín de Loba, un municipio del departamento de Bolívar, fue el último lugar en el que ‘El Samán de América’ se presentó, siendo desde entonces un desafío capotear la situación económica sin el ingreso de los toros.

“Allá toreamos dos toros de la ganadería del matador César Rincón. Ahorita no se pueden matar, es pura lidia y capote, la gente sale contenta, gusta mucho el nuevo espectáculo en el que mantenemos vivas nuestras costumbres”, dice German.


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El banderillero que es domiciliario

Omar Díaz Rodríguez, hoy con 57 años, recuerda que desde los 10 años se empezó a interesar por el mundo de los toros, algo que era muy común en los habitantes del barrio Sevilla, pues fue precisamente allí en donde asistió a una primera corrida.

“La afición empieza porque mi padre trabajaba al frente de la plaza de ferias y ahí se traía ganado al matadero, era ganado bravo en ese tiempo y un día se me dio por ir a  una corrida, era gratis y tuve la oportunidad de ver un espectáculo que me impactó”, asegura.

Tras ese suceso, Omar se puso en contacto con Luis Castro, un torero de la época, quien le regaló una muleta para torear, por lo que empezó a ir a torear a la Loma de Bolívar debido a que la plaza estaba inhabilitada para entrenamiento, aprendiendo a capotear.


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“Yo debuté a los 15 años, un 30 de mayo de 1980, lo hice como niño torero, la sensación es como una cosa indescriptible porque antes de la corrida sinceramente no dormí, tenía mucha impresión por ser la primera vez que actuaba en público, era un niño, ya cuando llegué allí a esa placita la vi llena, era impresionante”, manifestó.

A pesar de aprender a torear, su pasión y reconocimiento en el mundo de los toros la obtuvo siendo banderillero, una práctica que requiere también de gallardía para enfrentarse a un fuerte toro de Lidia.

“Yo fui mucho tiempo novillero, después de un momento a otro ya la edad estaba pasando y me decidí por pasarme a subalterno, siendo banderillero. El 18 de julio de 1993 recibí el examen de banderillero en Sogamoso, y en el 1995 me fui a vivir a Bogotá, desde donde pude asistir a las ferias de Manizales, Bogotá, Medellín, plazas que ya tenían figuras del toreo”, asegura.

Cesar Rincón, ‘Gitanillo de América, El Juli, Ponce, Manzanares y otras figuras del toreo de España, México y Colombia tuvieron a Omar Díaz Rodríguez dentro de su cuadrilla.


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“Las ilusión más grande que tiene uno como banderillero fue cuando el Gitanillo de América (Over Gelaín Fresneda Félix) me llamó y me dijo que iba a estar en la cuadrilla de él. Fue una ilusión muy grande que un banderillero de Cúcuta llegara a reforzar las filas de un torero de esa altura”, manifiesta.

A pesar de la trayectoria, y de lo importante que llegó ser en el mundo de los toros, Omar hoy se la rebusca como domiciliario en Cúcuta, debido a que cada día que pasa son menos las corridas de toros a las que es llamado.

“Antes se podía vivir del toreo y ahora no se puede porque hoy en día no hay corridas. Ya debido a que ha aminorado y no hay corridas porque las plazas están cerradas. Acá en Cúcuta me he dedicado a trabajar, yo tengo una moto y soy domiciliario, gracias Dios no es tan malo el trabajo, ahí ando, cuando me llaman a torear, que es muy poquito, pues voy”, asegura.


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De picador a  técnico de sistemas

Carlos Mario Alzate, hoy con 48 años, también hizo parte de la fiesta brava, su labor la hacía encima de un caballo en el que, cuando se requería, picaba a los toros a fin de que pudiera descongestionar el flujo sanguíneo del animal.

Al igual que German y Omar estuvo en grandes carteles en las que compartió con las grandes figuras del toreo, asistiendo a las principales plazas de toros del país en el que el amor por la fiesta brava se hacía presente tanto en las tribunas como en la arena.

Aunque su primer contacto con los toros se dio en una corrida en Chinácota, su formación comenzó como niño torero, pero también recibió una formación profesional que lo llevó a un mundo de los sistemas que recién estaba comenzando a masificarse en diferentes partes del mundo.


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“En aquel entonces de niño torero fui sensato que no tenía el valor que debe tener un torero para enfrentarse a la bestia, me retiré y me dediqué a estudiar. En una comunicación con Sebastián Vargas, quería meterme como banderillero, y entonces probé en un caballo y me gustó por lo que empecé a mirar corridas españolas, investigar y me quedé en el caballo”, asegura.

En el caso de Carlos, el trabajo se redujo en un 93%, pues hoy en día prácticamente no hay trabajo en las corridas, de unas 400 propuestas que alcanzó a recibir durante un año.

“Yo en la actualidad toreo en Venezuela, me recibieron allí y hace 20 días toreé en Tovar como picador de toros. En el caso de Colombia, la última vez fue en 2021 en cercanía a Bogotá, en donde tuvo una experiencia en la que caí del caballo fracturándome una de las muñecas y un par de costillas”, sostiene.


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Cuando está en Cúcuta, Carlos se dedica a ser tecnólogo en sistemas, en donde ensambla, vende equipos de cómputo, además sistematiza empresas, una labor en la que deja atrás el caballo y la lanza para conectarse a la red.

“Yo culpo mucho a las redes sociales, mucha gente ve la parte mala del toreo pero no investigan, no se preguntan lo del toro qué es. Uno antes llegaba a un pueblo y lo recibían como torero, hoy la gente está polarizada, hoy dicen que uno es torturador, que es asesino, pero desconocen cómo son los toros de Lidia en realidad”, puntualizó.

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