Entre los años 2000 y 2015 se registraron en todo el mundo 664 ataques de oso pardo a seres humanos, el 14,3 por ciento mortales, una cifra que ha aumentado en los últimos años y que suele responder a una reacción defensiva de una especie cuyo comportamiento más común es evitar la presencia de personas.
Estos datos figuran en un estudio realizado por un grupo internacional de investigadores liderado por la Universidad de Oviedo, a través de Giulia Bombieri de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad, y por la Estación Biológica de Doñana-CSIC, a través del biólogo Javier Naves.
El informe analiza la información sobre los 664 ataques registrados en el periodo estudiado en toda el área de distribución de la especie, de forma que en Norteamérica se tuvo constancia de 183 ataques, de 291 en Europa y de 190 en Asia, aunque en este último caso con datos parciales.
La mayoría de los ataques, un 85,7 por ciento, se saldaron con heridas y, en el caso de Europa, solo el 6,6 por ciento fueron letales, frente al 13,1 por ciento de Norteamérica y el 32 por ciento de Asia.
El número de ataques en países donde esta especie se caza es similar al de países donde está prohibida lo que, según los investigadores, contradice la hipótesis de que la actividad cinegética eliminaría los individuos más extrovertidos que podrían ser aquellos más propensos a atacar seres humanos.
Los ataques defensivos de osas con crías fueron el escenario más frecuente (47 %) seguidos por los producidos en encuentros repentinos a corta distancia (20 %) y a continuación se sitúan los provocados por la presencia de perros (17 %) o de ejemplares heridos o atrapados (10 %), mientras que los predatorios se sitúan en un 5 por ciento.
El estudio sitúa como una de las posibles causas del aumento de los ataques es el incremento de la población humana, así como el número de osos pardos en algunas zonas y, fundamentalmente, la mayor accesibilidad a sus hábitats, lo que conlleva una mayor probabilidad de encuentro de ambos.
Además, señala, el auge del turismo rural y de actividades al aire libre en zonas donde está presente la especie hace que se produzca un incremento en el uso intensivo de estos espacios por parte de personas no acostumbradas a coexistir con la fauna salvaje.
El hecho de que la mayor parte de estas reacciones defensivas sean realizadas por hembras con crías indica que estas pueden fácilmente responder de manera agresiva a encuentros cercanos con humanos si ven comprometida la seguridad de las crías.
El estudio plantea desarrollar campañas de sensibilización y, siempre que sea posible, adoptar medidas como la restricción temporal a zonas con presencia de hembras con crías a la vez que incide en que esos ataques defensivos suelen ser el resultado de comportamientos humanos inapropiados de cara a evitar encuentros.
Caminar solo y fuera de los caminos habituales, llevar perros sin atar o perseguir a un oso en un lance de caza son escenarios habituales en los ataques que se reducirían con campañas de sensibilización, mientras que hacer ruido, sobre todo en zonas de densa vegetación, o ir en grupo reduce el margen de sorprenderlos a corta distancia y ayuda a que el oso huya evitando el encuentro.
Además, incide en que el uso de esprays de pimienta específicos para osos es una herramienta eficaz para detener ataques, una medida no letal y muy extendida en Norteamérica que en Europa se utiliza sólo en algunos países mientras que en otros es ilegal.
La población mundial de osos se encuentra estabilizada en unos 200.000 ejemplares -unos 100.000 en Rusia; 15.400 en el resto de Europa y 58.000 en Norteamérica- mientras que en España, según los últimos datos disponibles, se calcula que viven algo más de 300 ejemplares en la cordillera cantábrica y cerca de medio centenar en el área pirenaica distribuidos principalmente en su zona central.