Está de moda la democracia por firmas. Parece ser que se ha convertido en el bálsamo de la mayoría de políticos que llevan muchos años en el poder para limpiar su imagen. Algunos de ellos con un desprestigio propio del desgaste natural que conlleva el ejercicio del poder público en un Estado con tantos problemas como el colombiano.
Así como no creo en la tesis de que la democracia por firmas sea una ilusión demagógica, tampoco creo que todos los partidos políticos sean clubes de elite de pura verborrea burocrática sin filosofía e ideología política: ¿Es posible imaginar una democracia sin ciudadanos?, ¿es posible imaginar una democracia sin partidos o movimientos políticos?, ¿es más democrática una sociedad por el hecho de que su sistema político contemple muchos partidos o pocos partidos?, ¿es más ético un candidato que se postule a un cargo por firmas ciudadanas que un candidato que se postule por un partido o movimiento político?.
No existen respuestas claras y absolutas. Casi todo es relativo a cada caso particular o al menos falta mucha investigación sociológica y política para perfilar respuestas a dichos interrogantes. Sin embargo, lo que vive Colombia ahora es un momento trascendental para su historia política.
No se había visto en mucho tiempo en Colombia tantos sofismas y desencantos creados desde todos los sectores de la sociedad en lo relacionado con la política. Pareciese como si algunos políticos quisiesen inventar alguna palabra nueva en el lenguaje para autodenominarse. La falacia argumentativa de que todos los políticos son corruptos lleva a inestabilidades permanentes: ¿son todos los políticos los únicos corruptos, o serán también corruptores aquellos ciudadanos que por distintos motivos convierten la política en un mercado económico al vender su voto en época de elecciones a determinado precio?, ¿será posible hacer el reproche a la sociedad o a los ciudadanos sobre este tipo de prácticas?.
¿O es que acaso eso no es un círculo vicioso?. No se requiere de mucha entelequia o sabiduría para poder entender que si un político ofrece dinero por un voto pues es indudable que tendrá que recuperar la inversión de alguna manera al momento de ser elegido. Entonces bajo esa premisa se deduce que no son las normas o sistemas morales los llamados a frenar esa práctica nefasta sino la propia sociedad.
No es diciendo en cada rincón o plaza del país corrupto al corrupto sino venciendo con cultura política al corrupto. El sistema político no falla, lo que falla es el elemento societario al elegir sus políticos. Así entonces, ni las firmas ciudadanas son la solución al problema de la corrupción o el freno para que los corruptos dejen de ser corruptos; ni los partidos o movimientos políticos son los culpables de la corrupción y, por ende, del fracaso de la democracia en Colombia.
La reforma política que se tramita en el Congreso es una oportunidad única de cambiar muchas cosas. Las prácticas políticas las construye la sociedad civil como un todo, y no hay norma o regla jurídica en principio que cambie de forma eficaz esa poca cultura política. Por ello, algunas de las premisas que debe desarrollar esa reforma política son: fortalecimiento en la participación y control interno de los partidos; financiación real de campañas políticas por parte del Estado; fortalecimiento y control de los movimientos ciudadanos por firmas; coherencia, igualdad política y de oportunidades para elegir y ser elegido; pluralismo político y garantías para las minorías étnicas, culturales políticas, etc.; eficacia e independencia institucional de los órganos electorales.