No hay una sola nación industrializada que no haya sido proteccionista. En Colombia no hacemos celulares ni tractores ni aviones. Tampoco producimos un dentífrico propio. Ese panorama debería llevarnos a la sustitución gradual de importaciones, y a la revisión de algunos tratados de libre comercio. Pero no, la ceguera es inmensa, al punto que esta semana hubo gran celebración en la embajada de Colombia en Washington, por los diez años del tratado comercial que tenemos con Estados Unidos.
Una breve retrospectiva nos acerca a la verdad. En los años de Clinton como presidente de Estados Unidos se intentó consolidar el Mercado de Libre Comercio para las Américas. La primera cumbre se realizó en Miami en 1994. Se trataba de construir un mercado de 780 millones de personas, cuyo PIB combinado era de US$ 21.000 miles de millones anuales. Otras tres cumbres se desarrollaron en Santiago de Chile, Quebec y Monterrey. En esta última, en enero de 2004, se habló del aumento de la pobreza en la región, en cuyas garras vivía el 44% de la población, y de la vulnerabilidad de algunos países por el desbalance que se presentaría en el tema agrícola por los subsidios que Estados Unidos otorga. No se decía que el PIB de todos los países americanos juntos, incluidos Canadá, Brasil y Méjico, era cinco veces menor que el de Estados Unidos. La meta era incrementar nuestra característica como países surtidores de materias primas a bajo costo, básicamente en minerales y productos agropecuarios, al tiempo que se nos veía como atractivo mercado de 600 millones de personas.
Dado que el tratado para las Américas no prosperó, la diplomacia económica de Estados Unidos adoptó un plan B, ofreciendo tratados bilaterales o regionales, siendo Chile su primer cliente. Luego vendrían por separado, el de República Dominicana y cinco países centroamericanos, y los de Perú y Panamá.
En cuanto al suscrito por Colombia, recordemos que, a pesar de la presión ejercida por Microsoft, Coca Cola, Walmart, General Motors y otras transnacionales, tuvo amplia demora en su ratificación por el Congreso de Estados Unidos porque se argumentaba por los demócratas que la violación de los derechos humanos en nuestro país continuaba, en particular frente a los sindicalistas. En cambio, en Colombia se hablaban maravillas del tratado, comenzando por la ficción de que le venderíamos fácilmente productos a más de 350 millones de personas. No se aceptaba la inmensa asimetría económica entre Estados Unidos, primera potencia del planeta, y Colombia, nación tercermundista.
El neoliberalismo, enquistado en nuestro país desde los 90, venía generando el traspaso de compañías nacionales a manos extranjeras. Se estima que al menos 70 empresas emblemáticas colombianas cayeron bajo capital foráneo en los últimos 25 años. Igual ocurrió tras los procesos de privatización de empresas del sector minero-energético, como los de Codensa, Cerromatoso y Carbocol.
Las cifras globales han develado la verdad que muchos anticipamos sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. En 2011, Colombia exportaba al país norteamericano productos por 23.114 millones de dólares, al paso que importaba 14.335 millones de dólares, es decir, teníamos una balanza comercial favorable en 8.778 millones de dólares. Pero ya en 2015, Colombia tan solo exportó 14.056 millones de dólares mientras que importó productos norteamericanos por valor de 16.503 millones de dólares, esto es, tuvimos una balanza deficitaria en 2.446 millones de dólares. Las cifras de los años posteriores confirmaron la tendencia.
La asimetría económica entre las dos naciones hacía que todo fuera previsible. El TLC con Estados Unidos no ha sido beneficioso para el país, por lo que es importante que el próximo gobierno sepa renegociar las cláusulas que más nos perjudican, como las del sector agropecuario. Esto es crucial para nuestra balanza comercial general, que ya alcanzó un déficit de 11 mil millones de dólares en 2019, lo cual se traduce en más desempleo, pobreza, y dependencia.