A simple vista pareciera que estamos frente a un refrán popular, pero la verdad es que su contenido tiene una connotación superior, pues se trata incluso de una aceptada fuente del derecho. Lo que se admite reiteradamente, termina por tomar fuerza jurídica, pues supone que su uso continuo es una exigencia tácita del conglomerado social al legislativo para que esa conducta o práctica, sea elevada a rango legal. Esto es conocido como Derecho Consuetudinario.
La costumbre es un elemento imprescindible de la cultura de un pueblo y nosotros no somos la excepción, como cucuteños, hemos recibido una influencia binacional, lo cual amplia nuestra cosmovisión, permitiéndonos tomar lo mejor de cada nación. Sin embargo, al observar las costumbres, pareciera que antes que ganar en cultura, la hemos perdido y en lugar de tomar lo bueno, hemos tomado lo malo.
En nuestro medio se ha enquistado de manera subrepticia un gen de facilismo, que viene carcomiendo las estructuras sociales de manera silenciosa y lo que es peor, con la complacencia social. Debería nuestra sociedad generar un reproche a tanta costumbre generaliza, enquistada y aceptada. Pudiéramos sacar un catálogo de malas costumbres, pero de nada sirve enunciarlas, si no reconocemos que están haciéndonos daño. No acatar las normas, botar basura en la calle, hacer necesidades en sitios públicos, talar arboles sin permiso, manejar ebrios, en fin, sería interminable la lista.
Un adicto no inicia su proceso de recuperación, hasta tanto no acepta que es adicto. Nuestra sociedad no iniciará su proceso de transformación y cambio hasta tanto no acepte, que como vamos, vamos mal. Pequeñas cosas deberían servir de termómetro; ver en las mañanas carros en contravía o atravesados en las calles o autopistas, porque los padres necesitan dejar sus hijos en el colegio, antes de que les pongan un retardo. Significa que no importa la forma, lo importante es obtenerlo y los hijos en una instrucción diaria, reciben el mensaje imborrable, de que esta bien pretermitir todo para obtener algo. El fin justifica los medios.
Colarse, saltar el turno, no hacer fila o lograr algo de manera mas rápida que los demás, pareciera que genera una sensación de bienestar para el que lo logra, sin importar a cuantos afectó. No importa si debe mentir o recurrir al amiguismo o las recomendaciones, lo importante es alcanzar el cometido.
Nuestra ciudad es caótica por falta de señalización; semaforización deficiente e inadecuada planeación urbana; pero el verdadero problema de movilidad no es ese, es la falta de cultura al conducir. Conducir es sinónimo de pequeñas batallas, por alcanzar el cometido de llegar primero a donde quiera que vaya. No hay reglas, o mejor las hay pero no importa transgredirlas. Si se requiere sobrepasar por la izquierda, volarse el pare, subirse al anden, meterse en contravía, todo es viable.
Gracias a Dios no toda costumbre puede tomar fuerza legislativa, pues si la misma es contraria a la ley o la moral y las buenas costumbres, no puede recibir el privilegio de ser elevada a rango legal. Si no fuera así, ya tendríamos en Cúcuta el primer código anti-cívico del país. No cambiemos a los demás, cambiemos nosotros.