No es un secreto que la economía mundial ha sufrido el revés más estrepitoso del último tiempo, producto de las medidas tomadas por los gobiernos para mitigar la posibilidad de contagio de la COVID-19. No es la pandemia la que genera el colapso, sino el protocolo internacional diseñado para evitar la propagación del letal virus. El aislamiento preventivo obligatorio, sacó a todas las personas de circulación y por consiguiente la producción mundial a todo nivel se paró.
En nuestro medio, dado que el principal reglón de la economía es generado por el comercio, tendremos que afrontar una crisis que será advertible en el panorama solitario de los centros comerciales y almacenes céntricos, donde sin lugar a duda veremos el dantesco espectáculo de un gran número de locales desocupados, casi similar a lo que se vivió en el año 83 con la caída del Bolívar.
Hoy son numerosísimos los locales comerciales que cerraron sus puertas y no tienen como reiniciar labores y los que se arriesguen, deberán empezar literalmente de cero para alcanzar la media de sostenibilidad necesaria para producir utilidad. Tenemos que aprender la lección de por qué no podemos basar nuestra economía regional exclusivamente en el comercio.
Reiniciar actividades no será fácil si se tiene en cuenta que no se tendrá en principio el flujo de circulante de antes. Las empresas reducirán a la mitad los empleados y por ende la producción; luego, lo destinado para compras, insumos y pauta se reducirá proporcionalmente. Definitivamente la economía mundial encenderá motores, pero no arrancará con la misma velocidad con la que venía.
No es un panorama desolador, es un panorama nuevo, pues todo cambió y tenemos que reinventarnos o nos costará trabajo volver a empezar. Las cosas no serán como antes y debemos innovar a todo nivel, incluido en lo público. No podemos pensar en cómo hacíamos las cosas, sino en cómo las haremos, teniendo en cuenta que el que apele al pasado, está consultando el libro equivocado, pues la receta deberá ser absolutamente nueva.
Debemos construir juntos, como lo hicieran nuestros antepasados después del terremoto de 1875 o como nos levantamos después del colapso del Bolívar en 1983. Estoy plenamente seguro que saldremos adelante. La región debe pensar en generar una economía social solidaria que permita hacer acuerdos de base y cerrar brecha. Preferir lo nuestro deberá ser una bandera indeclinable, que garantice la sostenibilidad que nuestro aparato productivo requiere.
Tenemos que entender este nuevo comienzo, que no es fácil, pues significa arrancar de nuevo con un maquina que trabaja a la mitad de su capacidad, porque no es un secreto que esta pandemia y las medidas adoptadas por los gobiernos a nivel mundial lograron que frenáramos en seco, por una sencilla razón: pinchó la economía mundial.