Generalmente, cuando en las universidades se avecina el fin de semestre, algunos diarios y revistas publican separatas especiales para guiar a los estudiantes indecisos o que no se preocuparon a tiempo por identificar a qué carrera los impulsaban sus destrezas durante el transcurso de sus estudios previos. Y este final de año no podía ser de otra manera. Me quiero referir a los estudios de Jurisprudencia.
Hace pocos años surgió en Bogotá una corriente liderada por un célebre abogado constitucionalista que clamaba por la eliminación del Derecho romano del plan de estudio, porque suponía que en razón de la globalización ya no tenía sentido su aprendizaje. Pensé que su “petición respetuosa” no había tenido eco, pero observo con desazón que algunas universidades, como la Universidad del Norte, eliminó la materia. Lo cierto es que la importancia de esta disciplina radica en que la visión general del derecho se estudia a partir del derecho romano, y, aunque muchas universidades han implementado la cátedra de Historia del derecho, donde seguramente se estudiará de refilón algo del legado de los romanos, no es lo mismo que su estudio sistemático.
Sobre la enseñanza del Derecho romano hay pronunciamientos de verdaderos maestros. Francesco Carrara manifestó que “es imposible ser auténtico jurista sin un profundo conocimiento del Derecho romano”. Don Andrés Bello dijo que “el derecho romano es el origen y la fuente de todos los derechos”. Benito Levita consignó que “el derecho romano es la madre de todos los derechos”. Nuestro gran Darío Echandía, desde su natal Chaparral, nos dijo que “para aprender bien el derecho romano hay que aprender latín, para aprender bien el derecho civil, hay que saber bien el derecho romano; y para ser buen abogado, hay que saber bien las tres cosas”. Y el jurista catalán Jaime Mans Puigarnau parece que fuera adivino, porque desde mediados del siglo XX sentenció que “es imprescindible una nueva romanización del derecho”.
Respecto a la cátedra de Historia del Derecho, que han implementado varias universidades, como el Rosario y la Javeriana, entre otras, y que algunas denominan Diacrónica jurídica, ya existen en el país verdaderos maestros de la materia, como Miguel Aguilera y Fernando Mayorga García, y textos profundos como el de Otto Morales Benítez, denominado Derecho precolombino. Raíz del nacional y del continental, y el de Julio Mauricio Londoño Hidalgo, que apenas se perfila, titulado Teoría de la historia del derecho en Colombia, que rastrea la historiografía jurídica colombiana desde el siglo XIX en todas las ramas del derecho.
¿Por qué estudiar Derecho? Bien lo dice la nota a la que me referí inicialmente. Primero, porque es la tradición colombiana y, como lo reconoce José María Samper, fue una de las formas que idearon los granadinos para erosionar el poder de la Corona durante la Colonia. Segundo, por economía, porque en comparación con optometría y oftalmología, por ejemplo, donde hay que comprar instrumentos costosos, en derecho se avanza inicialmente con códigos rústicos y mucha lectura. Tercero, por versatilidad, porque es innegable que si el estudiante busca y aprovecha la excelencia jurídica y humanística que brinda el derecho puede abrirse a otros campos, como comunicación social, ciencias políticas, economía y sociología, entre otras. Finalmente, la vocación, el anhelo del conocimiento científico y el deseo de impartir justicia.