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La narcolepsia de Ocaña
~Por fin, alguien despertó de la narcolepsia que afecta a Ocaña desde hace largos años. Y lo hizo, o lo hicieron, para denunciar el atroz atropello que se viene cometiendo contra el patrimonio arquitectónico de la ciudad, de las de mayor raigambre histórica del país y del subcontinente.~
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Lunes, 6 de Octubre de 2014
~Por fin, alguien despertó de la narcolepsia que afecta a Ocaña desde hace largos años. Y lo hizo, o lo hicieron, para denunciar el atroz atropello que se viene cometiendo contra el patrimonio arquitectónico de la ciudad, de las de mayor raigambre histórica del país y del subcontinente.~ Por fin, alguien despertó de la narcolepsia que afecta a Ocaña desde hace largos años. Y lo hizo, o lo hicieron, para denunciar el atroz atropello que se viene cometiendo contra el patrimonio arquitectónico de la ciudad, de las de mayor raigambre histórica del país y del subcontinente.

Narcolepsia es un estado patológico que se caracteriza por accesos irresistibles de sueño. Que, para el caso de Ocaña, el nombre de la enfermedad se pueda asociar con el narcotráfico, puede ser simple coincidencia, pero parece que no. El hecho de que las dos palabras tengan la misma raíz griega —narkotikós— es oportuno y facilita la explicación.

Durante los últimos largos años, los ocañeros parecen haberse dormido —tal vez sea solo apariencia— ante la llegada, consolidación y despliegue de dineros inexplicables e inexplicados, con los que algunos ilustres ciudadanos sospechan que están cambiando a la ciudad vieja, bella, histórica, por otra, esperpéntica, impersonal, falsa, un remedo…

No es sólo que, como temen el director de la Academia de Historia de Ocaña, Luis Eduardo Páez y otros como él que despertaron, el narcotráfico esté comprando casonas y patios llenos de historia para construir edificios de apartamentos. Porque esas cosas las hacen los narcotraficantes o quienes quieran hacerlo, solo si se los permiten hacerlo.

Páez, la academia, y algunos representantes del Consejo Municipal de Cultura y del Consejo Departamental de Patrimonio no tienen idea de qué está ocurriendo, debido a que “hay un silencio oficial” que se acentúa con cada casona masacrada y cada trozo de historia pisoteado.

Un episodio reciente demuestra el criterio bajo el que se actúa desde el gobierno local. Una casona esquinera de la plaza 29 de Mayo, en plena área de conservación, uno de los primeros solares registrados en planos de 1575, una real joya, fue demolida entre febrero y junio del año pasado, y reemplazada por un edificio que está ahí, sin terminar, como emblema de las nuevas generaciones ocañeras.

Una comisión del ministerio de Cultura, llamada por un ciudadano que se quejó, aún investiga el atropello. Pero, en el acta, señaló otras 16 propiedades con eventuales afectaciones, todas en el área de conservación.

Al respecto, vale citar la respuesta del secretario de Planeación, Hugo Moreno, cuando alguien le preguntó por qué se permitió el hecho. Los permisos se otorgaron en 2012, antes de que una resolución impidiera que inmuebles a 100 metros lineales de un monumento nacional pudieran ser objeto de demoliciones y reconstrucciones, explicó.

Haberlo dicho antes, porque quizás hubieran aparecido compradores para el resto de la plaza, para la iglesia, las calles, y quizás en el centro histórico de Ocaña habría un casino, una piscina con discotecas, en fin… Total, para algunos, el valor que de verdad importa no es el histórico sino el bancario.

¿Qué hacer con Ocaña? Nada. Ya está destruida en lo que más valía: ese legado histórico y cultural que, por alguna razón inexplicable, a algunas autoridades les importa menos que un comino. Y, mucho menos, si alguna parte del presupuesto para comprar y derribar joyas arquitectónicas y construir monstruosos adefesios puede, como existe la sospecha, ir a parar a cuentas bancarias a las que no puede ir.

Por esa vía del truco legal desapareció el Hotel Sevilla para dar paso a un edificio de tiendas y apartamentos. Y desaparecieron la Casa Capitular y la llamada casona de los túneles, asociada nada menos que con la Inquisición. Y, por el mismo camino podrá irse, si los ocañeros raizales no despiertan de la narcolepsia, toda la herencia cultural e histórica de esa ciudad masacrada que en 1828 albergó la Convención Constituyente, no prostituyente, como quizás algunos están entendiendo.
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