Me detengo en un semáforo de la ciudad en zona céntrica, y quedo como en primera fila de un teatro, observando un dantesco cuadro de miseria humana de esa que penetra lacerantemente en nuestra mente, y afecta el corazón. Una madre sentada en el piso amamantando un niño de brazos y con otro un poco más grande recostado en su regazo. Ella escasamente logra contener la posición porque el incesante cabeceo del sueño que la domina, la ha abrazado de tal forma que no puede desprenderse de el.
El sueño de esta mujer no es de trasnocho o cansancio simplemente, tiene una particularidad, es sueño que incluye hambre, tristeza y desilusión. Sin embargo ella sigue luchando y su cuerpo le brinda a la criatura más pequeña el alimento, que no sale del exceso de su alimentación, sino de su propio cuerpo que se consume para darle al niño lo necesario.
El rostro de la mujer y sus dos hijos, está cubierto de hollín y sus vestidos reflejan el rigor del sol y el agua, pero sobretodo el de la calle y los varios días de estar utilizándose. Literalmente su condición es lamentable.
Es inevitable hacerse solidario de aquellos que padecen la necesidad, sobre todo si el hambre deambula por la calles de nuestra ciudad y la pobreza extrema ensancha de manera desbordada su radio de acción. Esta familia es el cuadro desolador de lo que cientos están padeciendo producto de la desigualdad social, que se materializa en la falta de oportunidades para todos.
Ni ella, ni sus hijos decidieron tener esa vida, sucede que no han tenido las mismas oportunidades que otros. Por ello quiero llamar la atención de lo que denomino el compromiso social que debemos tener quienes hemos alcanzado un mejor nivel de vida y sobretodo de formación. No estudiamos y ascendemos solo para satisfacer nuestras propias necesidades, debemos trabajar por aquellos que no tienen como salir del circulo maligno de la pobreza extrema.
La lucha contra los círculos de miseria debe ser implacable, pero ésta no es solo el compromiso del Estado, sino la apuesta común de los sectores público y privado. Para ello necesitamos instruir a las personas parasacarlas de la marginalidad, y darle una oportunidad y no se trata de dar limosna ni subsidios que los vuelven dependientes. Es enseñándoles un arte u oficio que les permita disfrutar del duro trabajo de sus manos y no estar a merced de quien les de algo.
Esa mujer tendida en la calle con dos hijos, no es sola una desafortunada que no pudo superarse. No, ella es victima de un Estado y una sociedad indolentes, que caminan impunemente sin brindar apoyo a estas personas signadas generacionalmente por una insuperable pobreza. Debemos liberarlas del estado de postración en que se encuentran a través dela educación. Solo acabaremos con el flagelo de la desigualdad, cuando haya acceso a la educación para todos. Todos merecemosuna oportunidad, todos tenemos iguales derechos, no podemos acostumbrarnos a la miseria, debemos actuar juntos.