La Fundación La Cueva, ese lugar barranquillero donde, desde 1954, los miembros del llamado Grupo de Barranquilla se reunían, hoy tiene vida jurídica por un contrato de comodato entre la Fundación La Cueva y la familia Char Abdala, propietaria del inmueble que hasta hace algunos años era su club privado en el barrio Recreo.
Entre las actividades de la Fundación y/o su director está el aspecto editorial, y de veras que ambos se han lucido con publicaciones exitosas como “La Cueva. Crónica del grupo de barranquilla”, donde despliega una serie de detalles sobre la “vida íntima” del célebre Grupo; “Arde Raúl: la terrible y asombrosa historia del poeta Raúl Gómez Jattin” y la vida del pintor Orlando Rivera, el famoso “Figurita”. En fin, es una editorial de lujo a la que hay que hacerle seguimiento por la calidad de sus obras, los temas que aborda y lo restringido de su circulación comercial.
Hace poco más de seis meses Ediciones La Cueva publicó la reedición del libro Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla, de Alfonso Fuenmayor, un escritor barranquillero que si no tiene ganado un cupo en lo que se llamaría Historia de la literatura colombiana, fue porque no quiso, porque para lograrlo tenía todas las condiciones académicas, intelectuales y de clase para lograrlo, pues era descendiente de otro gran escritor como lo fue José Félix Fuenmayor, el autor de Cosme, La muerte en la calle y Musa del trópico. De este último solo se consigue un ejemplar en Colombia.
Allá en el Paseo Bolívar, en Barranquilla, aún subsiste el inmueble esquinero denominado “La estrella”, que en las primeras décadas del siglo XX era el Café de moda donde las élites intelectuales hacían tertulia, un verdadero rendez-vous, para ponerle caché a la cosa.
Decía, entonces, que la reedición del libro de Fuenmayor –el cual es muy solicitado por universidades extranjeras e investigadores acuciosos- llena un vacío porque hace décadas el libro había desaparecido de las estanterías de las librerías. Consta de trece crónicas publicadas inicialmente en la época gloriosa del Diario del Caribe, luego publicadas en el Magazín Dominical de El Espectador y, finalmente el Instituto Colombiano de Cultura y la Gobernación del Atlántico lo publicaron como libro.
Alguna vez, allá en Barranquilla, leí una crónica de Ariel Catillo Mier, de la Universidad del Atlántico, donde clamaba por la reedición de este libro, siempre y cuando se le agregara una serie de artículos de y sobre el autor. Su pedimento, como dicen los abogados, no se cumplió en esta ocasión, lo que es deplorable porque con los patrocinadores que tiene la Fundación La Cueva se perdió la oportunidad de complementarlo, pero seguramente vendrán otras. Aun así, disfruto su relectura y sigo pensando como MarjorieEljach, cuando advierte que “este libro se convierte en un recorrido por las calles de Barranquilla”.
El editor aclara que ya no son trece crónicas sino catorce, porque ahora se agregó, como prólogo, otra que Alfonso Fuenmayor escribió en 1988, diez años después, sobre las trece anteriores, donde nos aclara por qué las escribió.