La última vez que los cucuteños asistieron al Teatro Avenida a ver una película fue el miércoles 31 de julio de 2002.
Se trató de ‘Terminator 3, la Rebelión de las Máquinas’, del afamado director Jonathan Mostow.
Por su ubicación estratégica, en la avenida 5 entre calles 14 y 15, en pleno centro de Cúcuta, el teatro era de los más concurridos y se peleaba con el Zulima la clientela de grandes y chicos, y de los enamorados, que lo elegían por el confort que brindaba en su sala, dado que contaba con aire integral.
Luego de esa última y definitiva función que apagó los proyectores fílmicos, el teatro cerró sus puertas al público.
Según el recopilador de datos históricos del escenario, Gastón Bermúdez, fue construido a principios de la década del 60 y acondicionado con los mejores dispositivos para proyectar películas.
En su estelar trayectoria, el teatro pasó por varias manos. Primero fue propiedad de Pedro Felipe Lara, pero a finales de los 60 Cine Colombia lo adquirió. Luego, en los años 80 fue acondicionado para una capacidad de 500 personas.
Después del 2002, cuando se produjo su cierre definitivo para proyectar películas, el emblemático escenario sirvió para hacer presentaciones culturales, clausuras de grado de bachilleres, festivales, manifestaciones políticas y para que alcaldía y gobernación presentaran allí programas de gobierno.
Sin embargo, el destino inesperado que este año le dieron los actuales propietarios al escenario empezó a causar asombro entre los cucuteños. Ahora dejó de ser teatro para convertirse en iglesia.
El culto que se rinde allí ahora no es a Rambo ni a Terminator, como por muchos años lo fue, sino al Señor. Allí empezó funcionar la Iglesia evangélica Universal, una filial de la sede principal que se encuentra en Brasil.
El cucuteño Juvenal García, de 60 años, y quien en sus años mozos era habitual cliente del teatro, recordó con nostalgia las funciones matinales a las que asistía en compañía de amigos del barrio El Páramo.
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“Íbamos siempre a los estrenos, la pasábamos bueno y nos distraíamos”, recuerda este cucuteño, quien ahora no sale de su asombro al ver que ahora ya no son películas las que se proyectan allí sino alabanzas y la palabra del Señor.
Él dice que no está en contra de la religión, llámese como se llame, pero si cree que Cúcuta necesita muchos teatros como el Avenida para proyectar cine.
La pandemia parece haber sido la causante de este giro que tomó el teatro, dado que el tener un escenario de esta naturaleza fuera de servicio cuesta mucha plata, por el mantenimiento que hay que hacerle. La administración del Hotel Casa Blanca, actual propietario del teatro, confirmó a La Opinión que en marzo se le hicieron algunas reparaciones al mobiliario y a locales interiores, pero se conservó la estructura arquitectónica que caracteriza el escenario.
Añadió que una vez hecho esto se recibió una oferta de alquiler de la Iglesia Universal y se pactó un contracto a siete años.
La noticia tomó por sorpresa a los cinéfilos y a los amantes de la cultura, que en redes sociales han manifestado sus reproches por el destino que se le dio al emblemático teatro Avenida diecinueve años después de haber apagado los proyectores de películas.
Muchos de los mensajes publicados en Facebook expresan melancolía y recuerdos. “Allá recibí mi grado de bachiller”. “Me parece errado el destino que se le dio”. “Era escenario de concursos y festivales”. “Creo que los dueños son libres de darle el destino que ellos elijan, es un establecimiento privado”, “Al menos los propietarios lo recuperaron y no lo dejaron morir”, son algunos de los mensajes que se leen en esta red social.
La polémica está abierta y al menos por los próximos siete años el escenario estará dispuesto para alabar el nombre de Dios, con un público distinto al que tenía el teatro.
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