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~El recuerdo es una vivencia que va y viene, de ida y regreso, a otros
tiempos, desde la cual se traen al presente cosas, personas, sucesos, en
fin, tantas experiencias que proponen, o no, una serie de deducciones
interesantes para replantear, constantemente, la actualidad de cada uno
de nosotros.~
El recuerdo es una vivencia que va y viene, de ida y regreso, a otros tiempos, desde la cual se traen al presente cosas, personas, sucesos, en fin, tantas experiencias que proponen, o no, una serie de deducciones interesantes para replantear, constantemente, la actualidad de cada uno de nosotros.
Hay todo tipo de recuerdos, buenos y malos, algunos regulares: es que son como un engranaje que se va desarrollando en la personalidad y, de suyo, la posee, hasta denotar en ella rasgos emotivos determinantes.
Y, por supuesto, tiene sus aliados, la nostalgia, la alegría, la tristeza (de la buena y de la mala, porque existe una tristeza bonita que es aquella que nos hace vibrar en la ternura; es muy parecida a la nostalgia, pero más madura), la animosidad, el sentimiento, y todo lo que acontece en la intimidad, que es una caja de sorpresas que le presenta laberintos a uno y, la mayoría de las veces, le tiende trampas que debe superar para sentir que ha evolucionado.
Lo malo del recuerdo es permanecer en él sin inmutarnos, aferrados a sus imposiciones, porque se convierte en una tortura; lo bueno, extraer de su esencia las enseñanzas para corregir el rumbo y retroalimentar las opciones de cambio: sólo así, es sano. Pero el mejor recuerdo es de las cosas bonitas, sencillas, o el de las personas que han dejado improntas en el corazón, así estén vigentes o no, el de los acontecimientos trascendentales que han ocurrido en el transcurso de los años, los logros, los afanes superados, las emociones que han generado los viajes, cortos o largos, las anécdotas vividas con el cariño pretérito, la huella interior que se siembra en una especie de romance con el tiempo, la cual se alarga también cuando surgen los duendes buenos, y los espíritus, que se imponen en la secuencia de sueños.
Así es el recuerdo, como las telarañas que se van despejando con la lectura, con la imaginación, con el pensamiento, o desde el eco de una vieja canción, para dejar fluir el pasado, como un telón de fondo en el alma.
Hay todo tipo de recuerdos, buenos y malos, algunos regulares: es que son como un engranaje que se va desarrollando en la personalidad y, de suyo, la posee, hasta denotar en ella rasgos emotivos determinantes.
Y, por supuesto, tiene sus aliados, la nostalgia, la alegría, la tristeza (de la buena y de la mala, porque existe una tristeza bonita que es aquella que nos hace vibrar en la ternura; es muy parecida a la nostalgia, pero más madura), la animosidad, el sentimiento, y todo lo que acontece en la intimidad, que es una caja de sorpresas que le presenta laberintos a uno y, la mayoría de las veces, le tiende trampas que debe superar para sentir que ha evolucionado.
Lo malo del recuerdo es permanecer en él sin inmutarnos, aferrados a sus imposiciones, porque se convierte en una tortura; lo bueno, extraer de su esencia las enseñanzas para corregir el rumbo y retroalimentar las opciones de cambio: sólo así, es sano. Pero el mejor recuerdo es de las cosas bonitas, sencillas, o el de las personas que han dejado improntas en el corazón, así estén vigentes o no, el de los acontecimientos trascendentales que han ocurrido en el transcurso de los años, los logros, los afanes superados, las emociones que han generado los viajes, cortos o largos, las anécdotas vividas con el cariño pretérito, la huella interior que se siembra en una especie de romance con el tiempo, la cual se alarga también cuando surgen los duendes buenos, y los espíritus, que se imponen en la secuencia de sueños.
Así es el recuerdo, como las telarañas que se van despejando con la lectura, con la imaginación, con el pensamiento, o desde el eco de una vieja canción, para dejar fluir el pasado, como un telón de fondo en el alma.